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"Mamá se ha ido de vacaciones", con esta frase arranca Fuego en la garganta, segunda novela de la periodista Beatriz Serrano (Madrid, 1989) y finalista del Premio Planeta 2024. Detrás de esta declaración inicial que encierra una situación de abandono –que se proyectará como una sombra cada vez más alargada a lo largo de la obra– está Blanca. La protagonista que en las primeras páginas es tan solo una niña crece –alerta nostalgia milenial– en un barrio obrero de Valencia a lo largo de los 90. Periodo en el que se usaba internet con cierta inocencia. Al menos, con más ingenuidad que ahora. No había algoritmos, tampoco inteligencias artificiales y las cookies eran, simplemente, galletas con pepitas de chocolate. Todavía no existía Youtube, la conexión se caía cada dos por tres y las redes sociales eran, más bien, foros temáticos en los que muchos outsiders –como la propia protagonista– encontraban su lugar.
En este contexto, Blanca descubre que tiene poderes sobrenaturales, una especie de fuego que le arde y sube "por la garganta como una erupción volcánica". Es capaz de obrar milagros que la hacen diferente y (al fin) especial. Hasta el punto de ser el centro de una peculiar secta cuyos miembros principales son tres amigas –Verónica, Inma y Carla– que ha conocido en el mundo virtual. Confidentes a las que revela su secreto más inconfesable: cuando era niña, deseó la muerte de una compañera de colegio. Para sorpresa de Blanca, el traumático fallecimiento acabó sucediendo días después, haciéndola sentir tremendamente culpable y despertando en ella terribles miedos.
“Me apetecía mucho hacer un coming of age. Le estaba dando vueltas a la idea de una niña que hiciese milagros de alguna forma”, recuerda la autora y señala que este planteamiento la llevó a su “propia infancia” en los años 90. Década que considera “no se entiende sin la explosión de internet”, ese “refugio de los solitarios” en el que “no sabíamos muy bien qué estábamos haciendo, no firmamos ningún pacto, ningún contrato... nadie nos advirtió. Pero, al mismo tiempo, era guay porque te permitía hablar con gente a quien también le gustaba Depeche Mode, por ejemplo”.
Un universo que la escritora exprime al máximo. El concepto de viralidad cuando no se conocía su significado, la creación de una comunidad en el mundo digital y la importancia de atesorar seguidores en un blog –cuando existían los blogs– e incluso el propio concepto de secta. Serrano manifiesta que quería abordar el modo en que todas estas variables pueden “afectar a una persona que nunca se ha sentido querida” y que, de la noche a la mañana, tiene una especie de “coro” a su alrededor diciéndole “que es la mejor”. “En realidad, es la historia de una chica buscándose a sí misma y para ello necesita encontrar a su madre, pero me gustaba jugar con la idea del culto”, detalla la escritora y matiza, entre risas, que “en los 90 todo eran sectas... dabas una patada a una piedra y aparecía una”.
No es de extrañar que, tanto Blanca como el entorno que la rodea, caminen de puntillas sobre los bordes a pesar de que traten de evitarlo. “Mucha gente está más en los márgenes de lo que piensa aunque intente estar en el centro”, apostilla la escritora y parafrasea al novelista estadounidense Bret Easton Ellis cuando le preguntaron de qué iba su obra cumbre, American Psycho: “En lugar de decir es una película de un psicópata que mata gente, manifestó que es un libro que trata de una persona que intenta pertenecer a una sociedad que él mismo detesta”. Una declaración que considera acertada, porque “los males” de muchos provienen “de intentar pertenecer a determinados grupos sociales”. Además, hace especial hincapié en que los que “están en los márgenes son los que tienen la palanca para hacer que algo se mueva en el centro” y pone como ejemplo los disturbios de Stonewall y la irrupción de las sufragistas británicas en una carrera de caballos.
Quizás, el personaje que camina por los márgenes con más evidencia es la madre de Blanca. Desde que se fue de casa, su historia es contada a través de las habladuría de las vecinas y los rumores que corren sin certeza como la pólvora. En un momento dado, el relato de Blanca para en seco para abordar la historia de su progenitora sirviéndose del formato de un diario de confesiones terapéuticas. “Tuve muchas dudas sobre cómo plantearlo”, confiesa Serrano y señala que decidió romper la narración, porque en la primera parte de la novela está muy “maltratada”: “es un personaje construido a partir de la ausencia”. “Cuando a una persona no le das voz, otros hablan por ella”, apunta. Para callar el chisme, Serrano se dio cuenta de que la propia madre “era la que tenía que tomar la palabra”. Una oportunidad para que pueda explicarse y hacerse entender. De hecho, el lector encontrará una historia de flagrante dureza. “Te das cuenta de que esta mujer no era una tarada que llamaba a la gente cateta y que iba por ahí con minifalda y fumando. Cuando le das esa voz, dices joder, cuántas historias familiares hay construidas a través del silencio”, reflexiona.
Después de El descontento (Temas de hoy), la joven valenciana se alzó como finalista del Premio Planeta el pasado 15 de octubre gracias a Fuego en la garganta. Algo que sorprendió a la propia escritora. En el historial de ganadores “no había visto autoras de más o menos mi edad que hiciesen una novela más contemporánea y punky”. Serrano ha aportado un aire fresco necesario, porque las temáticas favoritas siempre han seguido un canon más “tradicional y canónico”. Aunque no tiene claro si el haber roto con esta norma no escrita abrirá puertas a otros estilos, historias y formatos, sí que espera ver a narradoras “que me encantan llevándose 200.000 euros y pudiendo vivir tranquilas, porque esto es una profesión muy precaria”. Sin ánimo de romantizar la montaña rusa en la que se montó hace un mes, sí que cree que ha ganado “una libertad que no era capaz de imaginar”, porque puede dedicar “tiempo solo para escribir ficción. Para mí es un cambio brutal de la noche a la mañana”.
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