Polémica
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El gigante alegre

Gilbert Keith Chesterton.
Manuel Gregorio González

14 de diciembre 2008 - 05:00

En Lectura y locura se recogen, ganados para el lector español, un buen número de artículos inéditos de aquel gigante alegre, de aquel coloso férvido y apacible que dio en llamarse Gilbert Keith Chesterton. Muchos son quienes han comparado a Chesterton con el doctor Jonhson; y no les falta razón a quienes ven alguna similitud entre el erudito colérico del XVIII, convertido él mismo en enciclopedista y en enciclpedia, y este raro franciscano insular, a cuya inteligencia se deben las más felices paradojas del XX europeo, y el descubrimiento de la Edad Media como un orbe luminoso y humano. En ambos, en Johnson y en Chesterton, se da la singularidad del individuo de genio. Pero no sólo la singularidad para disentir; sino esa otra, mucho menos frecuente, del que está de acuerdo con el lugar común, y sin embargo mantiene su particular y sorprendente postura.

Como hombre de fe, Chesterton es lo contrario de un mojigato. Como hombre de razón, su pluma está más cerca del magisterio de Voltaire que de los seculares Padres de la Iglesia. Esta misma editorial ya había publicado el William Blake de Chesterton (ambos traducidos espléndidamente por Victoria Leon); lo cual nos lleva a recordar el gusto de nuestro autor por lo genuino y visionario. Blake, en efecto, lo fue; así como el San Francisco vívido y cordial que asoma en otra de sus estupendas biografías. Quiere decirse que Chesterton, como Léon Bloy, fue un alma paradisíaca que celebró la enorme, la inesperada y dulce variedad del mundo: uno, como un eremita trágico y airado; otro, como un hombre ignorante de las pesadumbres del siglo. Pocos como Chesterton han comprendido la sagrada inopia de los niños; pocos como él han sabido cantar a "los simpáticos ladrones", a la pobreza adusta, a la alta dignidad escondida en lo minúsculo. En Chesterton se cruzan la ingenuidad del poverello, su generosidad ecuménica, y la rotunda malicia del sabio dieciochesco. Esta Lectura y locura es una maravillosa prueba de ello. No es común, repito, asistir al milagro de una inteligencia en marcha. En Chesterton se da con la facilidad y la gracia de quien juega.

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