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Goya y sus caprichos, una clase magistral de arte por Mario Ocaña

El profesor Pérez Sánchez sitúa el origen de la colección de esta serie de grabados en la enfermedad que Goya sufrió en 1792, que lo dejó sordo y lo condujo a navegar por los mundos del “capricho y la invención”

Uno de los grabados de la serie de Goya.
Mario Ocaña

19 de noviembre 2024 - 13:46

1799. Hace diez años que en Francia estalló la Revolución. Hace diez años que las élites españolas viven pendientes de un hilo temerosas de que el contagio del virus de la libertad traspase los Pirineos. Las fronteras marítimas y terrestres se vigilan con lupa. Napoleón Bonaparte, asciende a la cima del poder convertido en Primer Cónsul tras el golpe de Estado de 18 de Brumario.

1799. Beethoven compone la Sonata para piano Pathetique. En España, la monarquía absoluta abandona el camino de las reformas iniciadas en años anteriores por grupos minoritarios de nobles, burgueses y funcionarios que aspiraban a sacar al país de su atraso imbuidos del espíritu de la Ilustración. Ya se ha prohibido la circulación de la Enciclopedia así como que los jóvenes españoles pudieran cursar estudios en el extranjero.

1799. Hace un año que Godoy ha dimitido y Saavedra ocupa la Secretaria de Estado. No durará un año. Las reformas que propició el Despotismo Ilustrado o se han detenido o han dado marcha atrás. Francisco de Goya es nombrado Primer Pintor de Cámara y publica Los Caprichos. El siglo se acaba y el futuro comienza a dibujarse con tonos de plomo.

Los Caprichos es la primera de cuatro series de grabados realizados por Goya. Vistos los tiempos que corrían, el autor, consciente del carácter crítico de los grabados y de la posibilidad de herir ciertas sensibilidades, tituló muchas de las estampas con textos ambiguos y, en 1803, donó las planchas al rey Carlos IV para que las depositase en la Real Calcografía Nacional. El rey era un puerto seguro que le podría proteger de una persecución inquisitorial.

Técnicamente Goya emplea de manera magistral el aguafuerte, aunque en los fondos utiliza la aguatinta, creando efectos de sombras de gran profundidad de las que emergen blancos deslumbrantes.

Según el profesor Pérez Sánchez el origen de la colección de esta serie de grabados está en la enfermedad que Goya sufrió en 1792, que lo dejó sordo y lo condujo a navegar por los mundos del “capricho y la invención”, como el autor comentaba por carta con su amigo Iriarte.

Un segundo factor pudo ser la estancia en Sanlúcar con la duquesa de Alba en 1797, estancia que no todos los especialistas reconocen aunque algunos de los dibujos que Goya realizó en aquella ocasión aparecerán posteriormente en forma de grabados. De cualquier forma, la serie estaba terminada en enero de 1799 cuando la duquesa de Osuna compraba cuatro ejemplares completos.

El contenido de las imágenes era peligroso a pesar de la ambigüedad con que Goya las tituló. Debía resultar más que evidente para los ojos de aquellos acostumbrados a entender entre líneas que las críticas procedían de la mente de un artista muy cercano a los ideales de reforma que defendía la Ilustración e iban dirigidas contra aquellos sectores de la sociedad española inmovilista o enemigos de cualquier cambio social o político, es decir, los grupos privilegiados: la Corte, la nobleza y la Iglesia. Aunque, también es verdad, Goya no dejó títere con cabeza: maestros, médicos, jueces, políticos, militares, proxenetas fueron objetivo de sus críticas junto a realidades sociales como la posición subordinada de la mujer, la Inquisición, los matrimonios de conveniencia, el fanatismo religioso, el adulterio, la hipocresía social, la superstición generalizada en el pueblo llano, la prostitución y un largo etcétera.

En definitiva, Los Caprichos suponen una exposición crítica de todas aquellas realidades de la sociedad española caracterizada por su alejamiento del conocimiento científico y racional y, por tanto, muy cercana a comportamientos irracionales determinados por la ignorancia. Quizás nos sintetice todo esto el grabado 43, que Goya titula El sueño de la razón produce monstruos y que fue concebido como portada de la colección por el pintor. Algunos han visto en él una premonición del surrealismo al ver una liberación del subconsciente durante el sueño que nos permite percibir todo tipo de imágenes oníricas. Otros, en cambio, interpretan que cuando la razón humana duerme y deja de regir los destinos de la sociedad es la irracionalidad la que triunfa e impone sus criterios. Unos mas defienden que el grabado representa el fracaso del racionalismo del siglo XVIII y sus deseos de reformar y hacer avanzar a las sociedades hacia modelos que tuviesen como objetivo alcanzar la felicidad del género humano. En definitiva, el triunfo de lo oscuro sobre la luz que simbolizaba la Ilustración.

Extracto de la conferencia impartida por Mario Ocaña en el Ateneo de la Bahía de La Línea de la Concepción, el pasado 6 de noviembre.

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