Ilustrar con palabras
El escritor Haruki Murakami y el dibujante Makoto Wada publican un libro en el que comparten su pasión por el jazz.

La ficha
Retratos de jazz. Haruki Murakami y Makoto Wada. Tusquets, Barcelona, 2025
Una exposición en 1992, donde los dibujos de Makoto Wada y los textos de Haruki Murakami expresaron la importancia del jazz en sus respectivas vidas, fue el punto de partida de un libro que agrupa ahora el fruto de aquella alianza, prorrogada entonces con otra muestra en 1997 titulada Sing. Partiendo de una selección realizada por el japonés Wada que el escritor ilustró con sus palabras, el producto de la asociación salta ahora al ámbito editorial de la mano de Retratos de jazz (Tusquets, 2025): una pedagógica compilación de gráficos y textos que documenta el destacado rol que el jazz ha jugado en las trayectorias vitales de ambos protagonistas, especialmente para el popular y galardonado Murakami.
Abandonando el territorio de la ficción, el escritor japonés plasma en estas 241 páginas su fervor por un jazz de perfil clásico, de la mano de piezas que detallan su experiencia personal. La herramienta es una colección de discos –“exclusivamente compuesta por viejos vinilos”– de la que se muestra orgulloso y de cuyos fondos extrae tantos títulos como músicos –55 en total– conforman esta personal y ortodoxa nómina, ilustrada por los coloristas retratos de Wada. Una experiencia llena de subjetividad, rematada por una breve biografía de cada seleccionado, de los cuales solo Sonny Rollins (1930) y Herbie Hancock (1940) viven en la actualidad. Ello da idea del clasicismo de la elección realizada por Wada en la que el propio Murakami incluso echa en falta, sin lamentarlo, la ausencia de referentes de la formidable dimensión de John Coltrane o Keith Jarrett y donde brilla por su ausencia el jazz contemporáneo.
En cuanto a los textos, Murakami vuelca en ellos toda su pasión por una música convertida en parte sustancial de su vida, aunque en ocasiones anote algunos deslices biográficos. Ello no impide disfrutar de un curioso trabajo, traducido del japonés por Juan Francisco González Sánchez y rematado por una impecable banda sonora, en la que se agradece que Murakami rehúya la previsibilidad discográfica de ciertos protagonistas.
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