James Joyce: algo parecido al fracaso

Crítica

Páginas de Espuma completa con el segundo volumen la publicación de las cartas del autor irlandés, con edición a cargo de Diego Garrido y el compendio ‘Joyce en los ojos de sus amigos’

James Joyce, el amigo dublinés

James Joyce (1882-1941), en Zúrich.
James Joyce (1882-1941), en Zúrich. / D. S.

La ficha

Cartas 1920-1941. Seguido de 'Joyce en los ojos de sus amigos'. Edición y traducción de Diego Garrido. Páginas de Espuma. Madrid, 2025. 1184 páginas. 42 euros.

La publicación de la primera entrega de las cartas de James Joyce en 2023 a cargo de Páginas de Espuma permitió a los lectores, gracias a la ingente labor traductora y editorial de Diego Garrido, cultivar una razonable familiaridad con el autor de Ulises en los territorios más íntimos de sus primeros años. Aquel volumen reunía la correspondencia que el escritor irlandés amasó desde su juventud a su madurez, entre 1900 y 1920, con la gestación de Dublineses, Stephen Hero y Retrato del artista adolescente como hitos literarios fundamentales en paralelo a su complicada vida familiar y la odisea que le llevó de Dublín a Trieste, Roma y Zúrich. Quedaba, sin embargo, una sensación de miel en los labios dada la certeza de que aquel primer volumen concluía justo antes de la consagración que entrañó para Joyce la publicación de Ulises. Pues bien, la espera ha terminado para quienes disfrutaran la primera remesa de cartas: Páginas de Espuma acaba de poner en circulación la segunda, que incluye la correspondencia joyceana fechada entre 1920 y 1941 seguida de Joyce en los ojos de sus amigos, una reveladora selección de perfiles del autor escritos por otros colegas afines. Y lo hace con otra cuidadísima edición a manos de Diego Garrido, con abundante material gráfico y, de nuevo, un completo índice onomástico que justifica por sí solo la adquisición del libro.

La correspondencia reunida en el volumen da buena cuenta de los años parisinos de Joyce: el autor llegó a París junto a su familia en 1920, tras haber encontrado refugio en Zúrich durante la Primera Guerra Mundial, con la intención de pasar un mes en la capital francesa, donde finalmente residió veinte años. Solo las últimas cartas, las fechadas a partir de 1940, remiten a la estancia de Joyce en Saint-Gérand-le-Puy, cerca de Zúrich, antes de su muerte en 1941. Tal y como explica en la nota a la edición Diego Garrido (autor, por cierto, de la estupenda novela Libro de los días de Stanislaus Joyce, aproximación ilustrativa al hermano del autor publicada el año pasado por Anagrama): “En la edición del primer volumen incluí todas las cartas que pude encontrar escritas por James Joyce, y algunas de las recibidas. Ahora he tenido que elegir”. La correspondencia en estas dos décadas se multiplica respecto a las anteriores por motivos evidentes: la publicación de Ulises en 1922 convirtió al autor en una figura pública, de proyección colosal, rodeada de cada vez más admiradores y aduladores de los que Joyce intentó sacar provecho no siempre de la manera más honesta. Al mismo tiempo, su situación familiar se hizo, como en un reverso desdichado, progresivamente más funesta, al igual que su salud: “Son los años de París; los años del reconocimiento tan anhelando, la fama, el éxito, la adulación infinita; pero también los de la soledad íntima, el abatimiento, la incomprensión, y, sobre todo, la enfermedad creciente e irreversible de Lucia”, señala Garrido al respecto.

En París, Joyce conoce el éxito tras la publicación de 'Ulises', pero también la soledad y el abatimiento por la salud de su hija

La carta que abre el volumen es una tarjeta postal fechada el 12 de julio de 1920 en París, poco después de la llegada de Joyce a la ciudad, y está dirigida a su hermano Stanislaus. La última que firma el autor es otra postal enviada igualmente a Stanislaus Joyce desde Zúrich el 4 de enero de 1941, poco antes de su muerte. Entre una y otra, abundan las misivas al mismo hermano, a Ezra Pound, a Harriet Shaw Weaver (la mecenas de Joyce) y, por supuesto, a Sylvia Beach, quien asumió la publicación de Ulises, eje central de la correspondencia de este tiempo. El 14 de octubre de 1921, Joyce envía a “la señora de William Murray” una carta que encabeza “Querida tía Josephine” y que reza así: “Ulises, un libro gordísimo de unas 800 páginas, de 11 x 7 pulgadas, verá al fin la luz en unas tres semanas o cosa así. Los ejemplares más baratos saldrán a 3 libras cada uno, los más caros a 7 libras. Te enviaré uno. Me dan muy pocos gratis porque son muy caros”. Y añade: “Si quieres leer Ulises mejor será que pidas en una biblioteca una traducción en prosa de la Odisea de Homero”. Joyce se muestra celoso con la distribución de Ulises, con su recepción y con sus liquidaciones, pero de inmediato tiene que hacer frente al revés que le conducirá a la ceguera. En otra carta enviada a Sylvia Beach desde Niza el 30 de octubre de 1922, y dictada a Lucia, Joyce cuenta: “Ya conoce usted las noticias sobre mis ojos (…) Encarar un largo viaje en tren para pasar luego las habituales dos horitas diarias sentado en la sala de espera del Dr. Borsch terminaría por matarme (...) Consentiré en ello [en operarse] si el susodicho no vuelve a nublar mi pupila. Mi vista había mejorado. Pude corregir la primera mitad de Ulises ”. Ya para entonces había empezado Joyce la escritura de su Work in progress, que concluiría, tras no pocos altibajos, en 1938, cuando dio a conocer el título del que solo Nora Barnacle, su esposa, había tenido noticia: Finnegans Wake. Las cartas de este periodo, por cierto, manifiestan la preocupación de un Joyce ya incapaz de ver por las erratas. Y tenía razón: la primera edición de su último libro las contaba por decenas de miles. Joyce parecía convencido de que su libro sería objeto de una acogida calurosa, pero en 1938 el mundo estaba demasiado preocupado por otros asuntos para adentrarse en un libro indescifrable. Su fracaso, sin embargo, apenas parece inquietarle: su principal preocupación está en Lucia, internada por las terribles crisis nerviosas. La vida anodina en Saint-Gérand-le-Puy aboca a Joyce a la depresión. Tras su regreso a Zúrich en diciembre de 1940, solo muestra interés en pasear de la mano de su nieto Stephen.

Por último, Joyce en los ojos de sus amigos recoge testimonios de escritores como Wyndham Lewis, Frank Budgen, William Carlos Williams, Italo Svevo, Padraic Colum, Stuart Gilbert, Lloyd Morris y los citados Stanislaus Joyce y Sylvia Beach. La certeza de que James Joyce nunca nos había quedado tan a mano es impagable. Tanto, quizá, como la lectura de su obra.

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