Marina Perezagua: un paseo por Coney Island en invierno

La autora se despide de Nueva York con ‘Luna Park’, su libro “más norteamericano” y un retrato certero de la complejidad de los vínculos familiares y las relaciones de pareja.

Nochebuena de sangre en Kansas

La escritora Marina Perezagua.
La escritora Marina Perezagua. / Gabriel Hinojosa

En Violeta no tiene porqué, el relato que abre el nuevo libro de Marina Perezagua, Luna Park, editado por Páginas de Espuma, la narradora de ese cuento ofrece una imagen conmovedora y recuerda que su bisabuela Dolores “murió llamando a su madre, estaba rodeada de toda la familia, sin embargo, con sus casi cien años, seguía necesitando a su madre, para morir”. Esa pieza autobiográfica que se pregunta por el vínculo materno surge, sin embargo, explica la autora en persona, de una herida íntima, de una decepción: “A mí me criaron en gran parte mis abuelos, como a mucha otra gente, y mi madre no estuvo muy presente entonces en mi vida. Cuando me quedé embarazada esperaba que mi hija tuviera una abuela similar, entregada, no porque sobraran las razones para el optimismo, sino porque hay muy buenos abuelos que antes fueron malos padres. Yo tenía esa confianza, pero aquello no sucedió”, admite Perezagua, que en este volumen presentado ayer en Sevilla, en el Cicus, de la mano del Centro Andaluz de las Letras, y del que hablará este jueves a las 19:00 en Málaga, en la Librería Proteo, se confirma como esa escritora extraordinaria que ya apuntaban obras anteriores como Yoro o Seis formas de morir en Texas.

En Luna Park se despliega de nuevo esa mirada perspicaz y alejada de las concesiones con que Perezagua siempre ha contemplado la naturaleza humana, pero esta vez la autora detecta en las páginas “cierta identidad norteamericana”, un interés “por los sentimientos paradójicos de la sociedad estadounidense”: la sevillana se despide de Nueva York, ciudad en la que ha residido durante años y que abandonará para instalarse en un pueblo de Málaga.

El título del libro está tomado de un parque de atracciones de Coney Island, que Perezagua retrata lejos del bullicio estival y en una estampa desangelada y glacial. “En verano todo es diferente, no voy a decir que idílico porque te encuentras con demasiada gente, pero es cierto que hay otra ligereza, te tomas un helado, bajas a la playa... En invierno aquello se convierte en un lugar muy frío, con temperaturas bajo cero, y el parque de atracciones, aunque funcione, parece abandonado”, cuenta una escritora a la que motivan “los contrastes” y los hallazgos inesperados, “ir descubriendo cosas en las que no habías pensado inicialmente”.

Marina Perezagua.
Marina Perezagua. / Gabriel Hinojosa

En el pasado de Coney Island encontró un episodio fascinante, “un show circense en el que pagabas 25 centavos y podías ver a los bebés prematuros en incubadoras. Había números en los que les metían un anillo en el brazo para que el público apreciara lo pequeños que eran”, relata una asombrada Perezagua, antes de expresar sus dudas ante ese fenómeno de feria. “Resulta contradictorio, porque por un lado esas prácticas hoy nos parecen aberrantes, pero esos bebés estaban desahuciados por los médicos, no los quería nadie, y muchos de esos niños sobrevivieron gracias a este experimento”, sopesa.

Otro invento que suscita un dilema moral en Perezagua funciona en la Nueva York de la actualidad: un registro público que facilita a los ciudadanos la ubicación de personas que han sido condenadas por pederastia. “Desde un punto de vista racional, una se dice que esta gente ya ha cumplido su condena, pero es inevitable que después, como madre, consultes aterrada esa herramienta. El registro ofrece toda la información de esa persona, y esos hombres tendrán también unos padres, o unos hijos a los que les están haciendo la vida imposible aunque no tengan la culpa de nada. Es ahí donde me surgen las preguntas”, dice ante una situación que explora en el cuento Cristales rotos.

Una complejidad que Perezagua traslada a su disección de las relaciones. En la pieza Apartheid, una mujer decide visitar Ucrania para alejarse de su pareja, a la que ya no soporta. “Encuentro paz en una guerra mayor”, apunta el personaje de esa historia basada también en vivencias de la autora. “Yo acompañé a un neurocirujano, Henry Marsh, que tiene un libro de una honestidad brutal, Ante todo no hagas daño, en el que habla de los errores que ha cometido y que llevaron a la muerte a algunos pacientes”, recuerda Perezagua sobre aquel viaje. “Es muy duro estar en un país en guerra, porque ya desde Polonia se oyen las sirenas y se advierte la inquietud, pero yo estaba entonces en Nueva York dando clases en un sitio que no me gustaba, donde no había solidaridad entre los compañeros... Y ver a un médico que de forma altruista le quita un tumor a un chico de 20 años, y lo cura para el resto de su vida, cambió mi visión de las cosas. Puede que no tenga mucha lógica, pero yo me sentí ahí más libre”.

En las universidades de EEUU ahora todo es política. Hombres blancos decidiendo cómo llamar a los latinos”

Perezagua se muestra crítica con el rumbo –la deriva– que ha tomado la Universidad, un desencanto que refleja en el cuento La mujer del puente. “El mundo académico que conocí, respeté y que contribuyó a mi crecimiento, está desapareciendo de manera gradual (lo están haciendo desaparecer). Tristemente, su extinción también afecta a Europa”, se lee en esa pieza. Unas impresiones en las que la docente profundiza en esta entrevista: “Yo llegué a una Nueva York donde se daban clases, y más que nada había diálogo. Todos los estudiantes opinaban, podías estar de acuerdo con ellos o no, pero al final nos íbamos a tomar una cerveza. De repente todo cambió, y te impartían cursos sobre igualdad en los que te decían que no podías hablar de una tercera persona si no estaba presente, o tenías que medir las palabras y no podías comentar que alguien estaba guapo ese día. El curso era sobre Literatura, pero yo ya no daba Literatura, eran clases de política. Personas blancas decidiendo cómo había que nombrar a los latinos, a los negros, en mi opinión un enfoque muy paternalista”.

En Luna Park, la ganadora de premios como el Sor Juana Inés de la Cruz o el Ciudad de Estepona de Novela retrata el desarraigo de los que dejan atrás su origen. “Mi última visita a Sevilla fue desafiante. Me encontré incapaz de recorrerla con la misma familiaridad de antaño. Me perdí en rincones que antes conocía de memoria. (...) ¿Cómo era posible? Había asumido que mi ciudad me aguardaría para siempre. ¿Cuándo ocurrió ese punto de no retorno?”, se cuestiona un personaje. Perezagua observa su próxima mudanza a Málaga con ilusión y extrañeza. “Vuelvo a un pueblo precioso, lo que me provoca cierta inseguridad. Porque en Nueva York puedo escribir del vecino de enfrente, pero en una comunidad tan pequeña no va a ser tan fácil”, comenta una autora que se siente cada vez más apegada a la vida. “En mis primeros cuentos había un tono fantástico, pero la realidad ha ido ganando terreno en lo que escribo. Quizás porque los tiempos son tan duros que es difícil permanecer indiferente”.

Pese a los abismos a los que se asoma en su narrativa, Perezagua matiza que Luna Park “no es un libro oscuro. Al menos, no lo es para mí. Me divertí escribiéndolo, y creo que el humor, la ironía y la contradicción están presentes en estos cuentos como elementos vitales y lúdicos”, asegura. “No entiendo a los autores que se quejan de lo que sufren”, concluye. “A mí nadie me obliga a escribir, nadie me dice que necesita un libro mío [ríe]. Hay momentos en los que me cuesta, claro, pero también los desafíos son estimulantes”.

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