Nunca te sueltes | Crítica
No te sueltes cuando el mal acecha
Ningún músico de cine ha tenido el perfil de Quincy Jones: trompetista, compositor de jazz, productor y arreglista -entre otros- de uno de los mayores éxitos de la historia de la música pop, y uno de los más destacados compositores de música cinematográfica y el primero afroamericano que trabajó establemente para la industria. La clave, además de en su excepcional talento, está en su biografía, en su obsesión por formarse y experimentar. Adolescente autodidacta, se inició como trompetista tocando en los años 40 en clubes. Su encuentro con Ray Charles -él con 14 años y Ray con 16- afirmó su vocación musical. Formado después en el Berklee College of Music de Boston su segundo encuentro fundamental fue con Lionel Hampton, verdadero impulsor de su carrera profesional tras descubrir su talento como arreglista.
Establecido como independiente en Nueva York en 1950 se fue labrando un prestigio orquestando y dirigiendo grabaciones y actuaciones de Ray Charles, Sarah Vaughan, Dinah Washington, Count Basie, Gene Krupa y Duke Ellington. En 1953, con solo 20 años, Lionel Hampton lo incluyó en su tour europeo. A su regreso su carrera siguió progresando gracias a sus colaboraciones en grabaciones y programas de televisión con Jimmy y Tommy Dorsey, Elvis Presley y Dizzy Gillespie, que lo contrató como trompetista y arreglista.
Interesado por la música contemporánea y fascinado por París -en Europa descubrió un trato no racista- se trasladó allí en 1957 para estudiar con Nadia Boulanger y Olivier Messiaen, manteniéndose económicamente como director musical de la discográfica Barclay. El momento clave en su carrera fueron los primeros años 60. Como productor y arreglista fue nombrado vicepresidente de Mercury Records -primer afroamericano que ocupaba tan alto cargo- y como compositor cinematográfico fue contratado por Sidney Lumet para componer la banda sonora de El prestamista, en la que desarrolló su conocimiento del jazz progresivo y de la música contemporánea. Su futuro estaba trazado.
Como productor, intérprete, arreglista y director de jazz trabajó con Miles Davis (culminando años después con el concierto editado en disco Miles & Quincy Live in Montreux), Peggy Lee, Sarah Vaugahn, Tony Bennet o Frank Sinatra, cuyo último álbum con temas originales –L.A. is my Lady- produjo. Como productor y arreglista de música pop logró su cumbre con tres de los discos más influyentes de la historia: Of the Wall, Thriller y Bad de Michael Jackson. Como intérprete y compositor de jazz grabó -desde Jazz Abroad en 1955 a Q. Soul Bossa Nova Nostra en 2011- más de 30 álbumes.
En la composición para el cine logró lo que ningún jazzista había logrado antes. El jazz, salvo raros antecedentes, no pudo entrar en el cine como música dramática de fondo hasta el declive del sinfonismo clásico en los años 50. Compositores que alternaron la escritura sinfónica con el jazz habían ido abriendo camino, casos de Alex North con Un tranvía llamado deseo (1951), Franz Waxman con El crepúsculo de los dioses (1952) y La ventana indiscreta (1954), Elmer Bernstein con El hombre del brazo de oro (1955), Johnny Mandel con ¡Quiero vivir! (1957) o Henry Mancini con Sed de mal (ambas de 1958). Los grandes del jazz no componían bandas sonoras dramáticas, siendo una rara excepción la de Duke Ellington para Anatomía de un asesinato de Otto Preminger (1959).
Todo cambió en los años 60 y Quincy Jones estaba allí. Tras El prestamista creó otras extraordinarias bandas sonoras repitiendo con Sidney Lumet en Llamada para el muerto (1966, una de las más originales y desconcertantes bandas sonoras que utiliza la bossa nova para la dramática y turbia historia de John Le Carré) y trabajando con los más grandes o importantes directores: con Sidney Pollack en La vida vale más (1965), con Norman Jewison en En el calor de la noche (1967, con su extraordinario tema interpretado por su amigo Ray Charles), con Richard Brooks en A sangre fría (1967), con Daniel Mann en Un hombre para Ivy (1968), con Lee Thompson en El oro de MacKenna (1969), con Peter Collinson en Un trabajo en Italia (1969), con Robert Alan Arthur en El hombre perdido (1969, una de sus mejores composiciones jazzísticas), con Paul Mazursky en Bob, Ted, Carol & Alice (1969), con Peter Yates en John & Mary (1969), con Gordon Douglas en Ahora me llaman señor Tibbs (1970, quizás su obra maestra jazz-funk), otra vez con Sidney Lumet en Supergolpe en Manhattan (1971), con Sam Peckimpah en La huida (1972, de tormentosa elaboración por las broncas entre Steve McQueen y el compositor Jerry Fielding, habitual colaborador de Peckimpah, y entre este y Jones). Tras componer la música del capítulo piloto del serial Raíces en 1977 -en televisión ya había obtenido el éxito de la sintonía de Ironside en 1967- y el fallido musical The Wiz en 1978, abandonó el cine, volviendo solo en 1985 para componer El color púrpura de Spielberg, una de sus poquísimas películas sin John Williams y una experiencia poco gratificante por un pleito por plagio con el compositor Georges Delerue que ganó el francés, provocando un monumental cabreo de Spielberg, Quincy, impertérrito, siguió dedicándose a la interpretación y la producción como venía haciendo desde 1978.
No fue la despedida ideal de la pantalla para quien fue el más importante compositor jazzístico cinematográfico de los 60 y los 70 junto a Lalo Schifrin, felizmente vivo a sus 92 años, y Henry Mancini, y el que abrió las puertas de la industria del cine a los músicos jazzistas o soul afroamericanos como Booket T. & the MG’s o Issac Hayes que tanto éxito alcanzaron con Up Tight o Shaft en la dorada década de las bandas sonoras del Blaxploitation compuestas por afroamericanos. Jones tiene el récord de nominaciones a los Grammy -79 de los que ganó 28- además de haber sido nominado siete veces al Oscar que, injustamente, nunca ganó. Fue un gigante.
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