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El poeta que fue profeta en su pueblo

OBITUARIO

Antonio Hernández convirtió Arcos de la Frontera en capital del premio Andalucía de la Crítica

Muy joven entrevistó a Aldecoa y Umbral lo elogia en su ‘Diccionario de Literatura’ 

Muere el poeta de Arcos Antonio Hernández

Imagen de archivo del poeta gaditano Antonio Hernández. / D. S.
Francisco Correal

08 de septiembre 2024 - 20:47

Una vez me citó Antonio Hernández en un artículo que escribió en el As y pocas veces he visto más elevada mi autoestima. Me hizo el gratísimo honor de presentar en la Feria del Libro de Cádiz su reedición de La marcha verde, porque desde que Antonio publicó esta Anábasis del equipo de Heliópolis no entiendo cómo Marruecos no ejerció acciones jurídicas para defender sus derechos de autor. Pero desde 1987, cuando vio la luz el libro por primera vez, la marcha Verde es la relativa al equipo de Rogelio, Cardeñosa y Gordillo. Hace un par de semanas paseaba con mi mujer por Los Bermejales. Faltaba una hora para que el Betis jugara el partido de vuelta contra un equipo ucraniano que juega en Eslovaquia. Daba igual que el equipo tuviera dos goles de ventaja. La movilización de criaturas verdiblancas era espectacular. Un campamento de familias y pandillas sobre el vellocino de oro de las copas de balón. “Mira, María José, ésta es la Marcha Verde de la que hablaba Antonio Hernández”, le dije a mi mujer. 

Un día me dio una inmensa alegría encontrármelo sentado en la playa de la Victoria de Cádiz. Mi relación con él se hizo muy estrecha cuando me invitó a participar en el jurado de los premios de Andalucía de la Crítica. Antonio fue el padre de esta criatura que vio la luz el 25 de agosto de 1994, ahora ha hecho treinta años, en Córdoba. Aunque las reuniones del jurado se celebraron en su ciudad natal, Arcos de la Frontera, cuna también de los hermanos Murciano y de los poetas del grupo Alcaraván, una versión poética y con parador de la quinta del Buitre. 

Francisco Morales Lomas y Manuel Gahete Jurado han publicado el libro Veinte años de Literatura en Andalucía. La introducción es de Antonio Hernández, que citaba a algunos promotores de esta idea que desbarató “los deseos frustrados de pésimos agoreros”: colaboradores entusiastas como Antonio Rodríguez Jiménez, Carlos Clementson o Alejandro López Andrada. El poeta destacaba el apoyo entusiasta de su amigo Alfonso Fernández Asurmendi, del alcalde de Arcos Juan Manuel Armario y la alcaldesa Pepa Caro. Antonio hizo de Arcos un Formentor gaditano entre versos, almenas y bocoyes con subtítulos.   

Juan José Téllez, buen amigo suyo, nos invitó siendo director del Europa Sur, periódico del Grupo Joly, a una mesa redonda en la Casa de la Cultura de La Línea de la Concepción en la que además de Antonio y un servidor intervinieron Enrique Montiel y Jorge Bezares como moderador. Fue el 15 de mayo de 1996. Téllez, que no es muy futbolero (en 1986 le presenté a Jorge Valdano en el hotel Reina Victoria de Algeciras y antes me preguntó que quién era), eligió para esa mesa redonda una tarde en la que televisaban dos partidos de fútbol. Pero Antonio Hernández siempre ha tenido mucho tirón. Destacó las páginas que Cela, Manuel Alcántara o González Ruano le dedicó a este deporte. 

Carlos Edmundo de Ory le llamaba “el poeta-oveja negra”, clara referencia al título de uno de sus libros de poesía, Oveja Negra. En su libro Iconografías y estelas, Ory ya da a entender la precocidad creativa de Antonio Hernández. En el capítulo titulado Por calles y tabernas con José Ignacio de Aldecoa, se refiere el poeta gaditano que murió en el destierro francés a una entrevista que Hernández le hizo a Ignacio Aldecoa en su casa de Madrid y que apareció en La Estafeta Literaria el 1 de junio de 1969. El año que se inaugura el nuevo estadio de La Línea de la Concepción, evento del que hablamos en la mesa redonda, con un partido amistoso contra Finlandia en el que debutó Quino, el hijo del poeta Juan Sierra, sustituyendo a Paco Gento. 

“Antonio Hernández tiene su picardía andaluza”, escribe Ory como si él fuera de Burgos, “y rocía la entrevista con frescura”. Aldecoa lo citó en el torreón de una casa en la zona de Argüelles, en Madrid. Hablaron a la hora del whisky. Y Aldecoa le diría de Carlos Edmundo de Ory que “a veces se le ocurría irse a Cádiz a tomar café a las dos de la mañana. Un día me lo encontré en calzoncillos lamiéndose las rodillas porque, según él, le sabían a sal de su tierra”. 

“Un país tercermundista no puede permitirse el lujo de un poeta maldito, porque nos sale sencillamente un pobre de pedir”, escribe Umbral sobre Antonio Hernández en su Diccionario de Literatura. Cultivaban su amistad tomando bravas en un bar de la calle Echegaray, con nombre de Nobel. “Joder qué poeta”, dice Umbral sin ambages. Y también escribía que muy pocos titulaban tan bien como Hernández sus libros: Con El mar es una tarde de campanas fue finalista del premio Adonais. “Antoñito cambió enseguida los versos por las suecas, y de ahí le salió un libro con un título que ya hubiera querido uno para sí: Nana para dormir francesas”. 

Mi mujer lo conoció en persona en Córdoba, donde en una de las ediciones de los premios Andalucía de la Crítica se premió en novela y en poesía a los hermanos Manuel y Genaro Talens, respectivamente. En Arcos era un anfitrión extraordinario. A quien quisiera escucharlo le contaba el episodio del día que la Guardia Civil se llevó detenido de una casa de Arcos a Antonio el Bailarín. 

Poeta, novelista, ensayista, hasta periodista (la entrevista a Aldecoa y las que publicara en diferentes medios). Antonio Hernández se llevó la sal de Cádiz a su casa de Madrid. De una estirpe de poetas con Alberti, Ory, Quiñones o Caballero Bonald. Esa sal que también está en el cante, en la pintura, y hasta en el fútbol (Enrique Montero, los hermanos Mejías, Benítez, Dieguito el de la Margara, Kiko Narváez o Joaquín Sánchez, que nos sale más que una Marcha Verde un premio Andalucía del Borceguí). 

Su hija Violeta vive en Sevilla, le hizo abuelo y suegro de Manuel Gregorio Salvador, que ganó un premio con la biografía de Cunqueiro, con quien alguna vez se cruzaría Antonio Hernández en sus devaneos de poeta funcionario en Madrid, sorteando las tentaciones del poeta maldito y del pobre de pedir. Se metió en charcos con escafandra, polemizó lo justo y fue generoso para darle sitio a las voces antiguas que se iban apagando y a las voces nuevas que entraban con ímpetu en el panorama de las letras. Vaya terna de jurado que se ha formado allí arriba: Rafael de Cózar, José María Bernáldez y Antonio Hernández. Al Sur siempre hay sitio.  

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