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El viajero ilustrado

Leandro Fernández de Moratín.
Manuel Gregorio González

17 de octubre 2010 - 05:00

Coinciden en las librerías, para felicidad del lector, varios libros con el tema del viaje a Italia como principal argumento. El primero es El viaje a Italia del profesor Attillio Brilli, donde se hace memoria de la tradición del Grand Tour, iniciada en el XVI por influjo de Bacon, para educación de la nobleza británica. El segundo es el Diario del viaje a Italia de Montaigne, maravillosa lectura en la que se da noticia, no sólo de caminos y fondas, de balnearios, usos y recetas, sino de la varia y enconada brega religiosa (reformistas, contrarreformistas, etcétera), de aquella vagabunda Europa del Quinientos. El último en salir de imprentas es este que hoy glosamos, El hombre que comía diez espárragos, antología de textos de Moratín, a cargo del profesor Alberto Santamaría, y en la que se incluyen, además de alguna de sus Apuntaciones sueltas de Inglaterra, cartas de singular importancia y un extracto de su Viaje a Italia.

Si a Montaigne, como hijo del Renacimiento, le movió la curiosidad, el fondo último que identifica a la masa dispar de los humanos, a Moratín, ya asomando el XIX, le mueve el escozor ilustrado y la búsqueda del buen gobierno. Así, mientras que a don Michel le agrada la profusa variedad de hombres y paisajes, a don Leandro le irrita el orgullo insular de los ingleses y la desigualdad encubierta, trufada de privilegios y exacciones, de su democracia. De fondo está, obviamente, la Revolución francesa, y la cosecha de cabezas egregias que han hecho que Moratín mude su curiosidad de un lado a otro del Canal. No obstante, son muchas las páginas que aquí se dedican a fortificaciones, parques y hospitales, así como a la caridad británica, que le parece ejemplar, por organizada y eficiente. Italia, sin embargo, como al resto de la Ilustración, le parecerá un país pintoresco y azaroso, donde el "enorme y delicado" Medievo de Verlaine, no es más que la supersticiosa rémora de otras edades. Al cabo, el XVIII fue el siglo de los grandes proyectos, de las graves ordenaciones, y el azacaneado Moratín, errante por la Europa en llamas, no es sino ejemplo de aquellos días de mudanza, donde a la escueta sabiduría de Carlos III siguió la boba estupefacción de María Luisa y Carlos IV.

En cualquier caso, el vivo entusiasmo de Moratín, acompañado de una fértil y malvada inteligencia, dejan aquí páginas memorables en cuyo fondo late ya el individuo, la caricatura, el genio particular, una voluntad sarcástica y especulativa, que señalan, sobre la crepitación del siglo, los sombríos heraldos del Romanticismo.

Leandro Fernández de Moratín. El Olivo Azul. Córdoba, 2010. 228 páginas. 21 euros.

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