Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
Europa entre el medioambiente y la reindustrialización
Qué triste es reconocer que basta con ausentarse unos días de España, para notar un alivio. El clima político se ha hecho tan irrespirable, que se agradece cualquier receso lejos del bombardeo mediático y en redes. Si Biden, casi de despedida, ha logrado imponer un alto el fuego en el Líbano, alguien debería mediar para que cesaran las hostilidades parlamentarias y las maniobras de la activa cadena desestabilizadora en España: generación de bulos, seguida de publicación en redes, medios o no medios; denuncia de los mismos sindicatos, entidades o ciudadanos teledirigidos; y material final que para algunos jueces, o fiscales, regulen y entretengan los procesos para mejor aprovechamiento político. La crónica judicial se ha comido a la política; y lo que era la crónica política parece un concurso de bulos y desinformación. Y en medio, algunos casos indeseables de corrupción que habrá que probar y castigar.
Ese caudal de agua sucia informativa, arrastra gérmenes nocivos para la democracia. Entre ellas la idea, a propósito de la tragedia de Valencia, de que estamos ante un “Estado fallido”. Ya lo advirtió el Rey en aquella conversación forzada en la calle: “Hay muchos intereses en esto para que parezca un caos”.
Las Fuerzas Armadas en los pueblos, todavía limpiando sin descanso y generando muestras de agradecimiento emocionado de los vecinos, representan la prueba de que el Estado no tiene nada de fallido. Cualquier encuesta destaca la admiración de los ciudadanos, de la que se beneficia también el propio Felipe VI. Tras los incidentes en Paiporta hubo una primera lectura en la prensa extranjera interpretando lo sucedido como supuesta prueba de desafección popular. Las visitas posteriores han reducido lo de Paiporta a “una mala elección de lugar y día”, en opinión de algunos analistas.
Mientras Valencia se recupera lentamente, la política sigue enzarzada en peleas penosas, generando distancia apreciable con la ciudadanía. Las crisis suelen hundir a algunos personajes y permiten descubrir a otros. Nadie hasta la DANA sabía quién era Pilar Bernabé, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, y por su trabajo abnegado crece su reconocimiento. Algunos alcaldes se han hecho enormes. En el plano parlamentario, los periodistas destacan la transformación del diputado de Esquerra Republicana Gabriel Rufián. De innegable capacidad oratoria, bien afilada, Rufián ha subido muchos enteros en la defensa de la democracia y advirtiendo del peligro de involución.
Otra sorpresa post DANA ha sido el cambio de registro, en un mes, del ministro de Transportes, Óscar Puente. Era conocido por sus opiniones en redes, a veces hirientes, y por declaraciones conflictivas como la tensión con el presidente argentino Javier Milei. Después de la catástrofe aparcó su estilo de combate y sólo habla de avances en la reconstrucción de infraestructuras en Valencia, ofreciendo compromisos que se cumplen y esperanza a los damnificados. Otra prueba de que lo de “estado fallido” es pura invención. Sólo salió de sus declaraciones estrictamente técnicas para denunciar que “la generación de bulos es una forma de golpismo”. El otro día, un senador del Partido Popular se atrevió a sacar en un pleno una foto en la que estaba la hija de Puente. Una prueba de que aún se puede ir más lejos en la miseria de la batalla política. Y una sospecha: Puente ya es objetivo en la cacería política. Hay que leer lo que pasa, lo que viene y escuchar el clamoroso silencio con el que algunos dirigentes populares participan en la situación. Urge un alto el fuego.
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