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Los bancos europeos no están tan expuestos al contagio de las crisis de estos días como en Estados Unidos y otros lugares del mundo. Aquí no puede pasar porque la exigencia de prudencia financiera es mayor y, por tanto, también la capacidad para defenderse de las turbulencias en el sector. Y menos en España, donde, según la AEB (Asociación Española de Banca), gestionamos mejor y la vigilancia de los supervisores es más estricta. Será cierto, pero la percepción de que el riesgo de contagio existe y de que es especialmente elevado en estos momentos hace que no terminemos de fiarnos.
Se inició el siglo con la inflación bajo mínimos y los tipos de interés por los suelos, así que decidimos endeudarnos hasta las cejas. La consecuencia fue la explosión de la burbuja especulativa y el relevo por parte del sector público al privado en las prácticas de imprudencia financiera, que nos condujo a la crisis de deuda soberana en un par de años. La intervención de los bancos centrales, y en particular el cambio de actitud en el BCE, con inyecciones masivas de liquidez, consiguió enderezar el rumbo que algunos países habían llegado a perder por las turbulencias en la prima de riesgo, pero la pandemia volvió a enredarlo todo. La suspensión temporal de las reglas fiscales disparó de nuevo el endeudamiento público y, por si fuera poco, la inflación y los tipos de interés alcanzaron los niveles más elevados de las últimas cuatro décadas.
Demasiada inestabilidad como para que ningún banco acusara el golpe. Las inyecciones masivas de liquidez (quantitative easing) no solo habían engordado el balance de los bancos centrales, sino también el de la banca privada, que aumentó sus activos frente al banco central (depósitos) y el tesoro (deuda pública) y los pasivos frente al banco central por la financiación recibida a coste cero y por las nuevas exigencias de regulación. Las entidades habían afianzado sus estructuras financieras, pero también se hicieron más pesadas, pese al acusado descenso de actividad en sus dos mercados tradicionales, el del ahorro y el crédito al sector privado. Tras el verano de 2021 aparecieron los primeros síntomas de inflación y las restricciones monetarias vinieron después. En el caso de la Eurozona, los tipos de interés comenzaron a subir en julio de 2022, unos meses después de la invasión de Ucrania.
Una de las opciones de los bancos para resolver sus problemas de liquidez es vender la deuda pública que mantiene en sus balances, pero cuando suben los tipos de interés, los títulos de deuda han de aumentar la rentabilidad que ofrecen al inversor y lo hacen bajando su precio. El problema es que si la bajada es muy acusada puede impedir cubrir la necesidad de liquidez. No ocurrirá en la Eurozona, dicen en el BCE, porque inyectarán toda la que se necesite. Algo parecido indicó el banco central de Suiza en relación con la crisis de Credit Suisse y Biden reaccionó de inmediato ante la crisis de SVB, garantizando la totalidad de los depósitos. Tranquilizan, sin duda, a sus titulares, pero ¿qué incentivo a la prudencia financiera tienen los bancos si saben que siempre hay alguien dispuesto a acudir en auxilio de sus víctimas?
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