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Cómo queremos que sea Europa dentro de una década? Esta reflexión no parece que esté ocupando ni a nivel nacional ni europeo los debates políticos que rodean las elecciones. Sin embargo, existen retos de tal calado, que, de no superarlos, podrían llevarnos a la pérdida de la prosperidad económica y de la influencia geopolítica. Numerosos informes y voces autorizadas denuncian esta falta de visión económica en Europa a largo plazo.
Michael Spence, premio Nobel de economía y profesor de la Universidad de Stanford, en su último artículo, Europe Needs a New Economic Vision, diagnostica que Europa se quedará estancada si no mejora su productividad, y que esto va unido indefectiblemente al fomento de la innovación tecnológica. Otro premio Nobel, Jean Tirole, de la Escuela de Economía de Toulouse, es todavía más dramático, denunciando que “Europa está perdiendo la carrera de la innovación”.
El crecimiento de la productividad en Europa es especialmente bajo y cada vez presenta una brecha mayor con EEUU. Y, sin mejorar la productividad, resulta prácticamente imposible asegurar un crecimiento robusto a largo plazo. Conseguir revertir esta tendencia no es nada fácil, porque depende en gran medida de que se produzca un cambio estructural impulsado principalmente por la innovación tecnológica. EEUU y China nos están dejando muy atrás en numerosas áreas, como la inteligencia artificial, los semiconductores o la computación cuántica.
La causa fundamental del retraso en innovación es la falta de inversión –la pública, pero sobre todo la privada– tanto en investigación básica como en investigación aplicada. El reciente informe del McKinsey Global Institute, Investment: Taking the pulse of European competitiveness, estima que entre el 70% y el 80% del crecimiento de la productividad depende de la inversión. Además, está inversión se centra en la innovación en sectores antiguos y poco en sectores revolucionarios. Así, el continente está en atrapado en “una trampa de tecnología media”, como afirma Clemens Fuest, director del Instituto IFO.
Por otra parte, el capital de riesgo, tan necesario para apoyar la innovación, no está disponible ampliamente, aunque existen ecosistemas empresariales prometedores en varios países. El informe McKinsey señala que en Europa representa sólo la cuarta parte de los capitales gestionados en EEUU. Y en cuanto al talento, aunque nuestras universidades de primera categoría lo generan abundantemente, se corre el peligro de que emigren a donde las oportunidades son más atractivas.
Europa debe decidir: seguir estancada o trazar un camino totalmente nuevo. No sería justo decir que no se está haciendo nada al respecto, pero la realidad muestra con claridad que está siendo insuficiente. La descoordinación entre los países, la enorme burocracia, la mezcla de objetivos o la rigidez de la legislación no ayudan en absoluto. Tampoco la falta de una verdadera Unión de los Mercados de Capitales. Hay que actuar ya, sin más demora, cada vez dependemos más de los gigantes tecnológicos americanos. Las consecuencias de mantener las políticas y las inversiones actuales pueden conducirnos en una década a una total irrelevancia.
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