Tribuna Económica
Carmen Pérez
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La detención en Francia de Pável Dúrov, dueño de Telegram, se fundamenta en incumplir las normas de la Unión Europea sobre información, no encriptar los mensajes y un voluntario descontrol sobre los contenidos que se cuelgan. En España no nos sorprende, pues la Audiencia Nacional, a iniciativa de medios de información por piratear sus contenidos, llegó a cerrar cautelarmente el acceso a Telegram. La compañía dice contar con centenares de millones de seguidores, no tiene beneficios, una plantilla de sólo 50 personas, y aspira a una colocación multimillonaria en Bolsa. La UE prohíbe anuncios dirigidos por información personal sensible, no explicitar qué es propaganda, e informaciones falsas malsanas como fotos o vídeos trucados, y trata de proteger a la infancia. Frente a la regulación, se proclama en las propias redes, medios de comunicación, consumidores, o parlamentos, la libertad de expresión sin límites, o con los límites que a algunos les convengan.
El Stanford University Internet Observatory (6-6-2023) detectó en Telegram grupos de usuarios juveniles compartiendo material de abuso sexual de niños, y cuestionó gravemente la plataforma; y hace unos días se anunciaba el desmantelamiento del observatorio ante la presión de la derecha republicana, que ve en estas compañías intocables el ámbito ideal para difundir todo tipo de falsedades.
El libro de Jonathan Haidt The Anxious Generation, subtitulado: Cómo la reprogramación de la infancia está causando una epidemia de enfermedad mental, muestra una situación de relaciones sociales inseguras, de privación del sueño, atención fragmentada, y clara adicción. Las compañías, por su parte, podrían limpiar sus cañerías, si quisieran; por ejemplo, si se configura Google para evitar contenido sexualmente explícito, palabras asociadas a desnuda resultan en contenidos bíblicos, de modestia, artísticos, naturaleza, o a “otras personas también buscan”, pero si es por defecto se asocian a pornografía. Si las compañías fueran de verdad responsables, ya por defecto asociarían las búsquedas a contenidos no explícitos; y lo mismo para anuncios invasivos, insultos y mensajes de odio. En el ámbito familiar y escolar, Haidt propone que no haya teléfonos antes de la escuela superior, ni redes antes de los 15, y que la escuela esté libre de móviles, pero también dar a niños y jóvenes la independencia y libertad de jugar, que puedan disfrutar del riesgo y peligros de la aventura. En esta línea, ayuntamientos y autonomías deberían iniciar un programa masivo de dotación de centros y actividades deportivas para todas las edades, pues en vacaciones se acentúa la dependencia del móvil y televisión de niños muy pequeños, aburridos, cuyos padres quizás no disponen de alternativas al on line, que den a la niñez la autenticidad de la tierra.
Y, en fin, como un acto de rebeldía personal, tendríamos los adultos que pasar de medios y redes, y seguir a Marco Aurelio, citado por Jonathan Haid, quien nos dice: “No gastes tu tiempo ocupándote de los otros a menos que sea algo grave, porque te impide hacer cosas útiles. Estás tan preocupado por lo que hace ese o aquel, por lo que dice o piensa, o parece que intenta hacer, que no cuidas de tu propia vida, de tu propia mente”.
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