El parqué
Subidas en Europa
Nacho, su hijo, me comunicó el fallecimiento de Juan Ignacio de Vicente Lara. Durante las dos últimas semanas nos temíamos lo peor, pero yo tenía esperanza porque Juan Ignacio era un superviviente, un jabato. Le tocó luchar contra animales muy feroces, como la ceguera, la incomprensión de la administración pública, las envidias… Pero jamás se rindió, junto a su incombustible mujer, Mercedes, lazarillo, guía, amiga y fiel esposa.
Yo le conocí en el Bachillerato nocturno. Era un poco mayor que yo. No en vano tuve que solicitar un permiso especial para cursar los estudios en el turno de noche, hasta entonces vedado a los menores de 16 años. En el curso de orientación universitaria (COU) empezó a agudizarse su dolencia degenerativa que terminaría, al muy poco tiempo, con su visión. Mercedes, ya desde entonces, no dejó de acompañarle ni un solo día.
Yo me ocupaba de darle los apuntes de Historia del Arte. Pedro Ríos y otros compañeros se ocupaban de otras asignaturas. Ya completamente ciego fue capaz, a pesar de los muchos inconvenientes que se le pusieron, de terminar sus estudios universitarios.
No se conformaba con licenciarse en la Universidad de Sevilla. Fue el primer director del Museo Municipal y su defensa del patrimonio cultural de Algeciras le hicieron acreedor del reconocimiento de sus paisanos. Fue un docente enamorado y sus alumnos le recuerdan con devoción.
Contaré una pequeña anécdota con mis alumnos de la Universidad de Sevilla. Habíamos venido a aprender sobre Gibraltar y sobre la Conferencia Internacional de Algeciras de 1906. Le pedí que él nos explicara la significación histórica de la sala del pleno del Ayuntamiento, donde se celebraron las sesiones de negociación de la citada conferencia diplomática. En un momento dado de su intervención, se fue la luz. Juan Ignacio siguió explicando los azulejos que decoran el citado salón de plenos, ante la incredulidad de mis alumnos. Tuve que pedirle que parara un momento para explicarle a mis alumnos que Juan Ignacio no había podido darse cuenta del apagón porque era ciego. Mis alumnos no daban crédito y lo premiaron con un cerrado aplauso. Fue, sin que el lo pretendiera ni siquiera lo supiera, su mejor lección para ellos. Cuando llegó la luz, continuó en el mismo punto donde lo había dejado.
Siempre decía de él que no le era necesario ver, ni siquiera tocar, la terra sigilata porque le bastaba olerla.
Sé que la tierra te será leve, amigo, porque la humildad que te caracterizó siempre es un manto que siempre te protegerá. Descansa en paz.
También te puede interesar
El parqué
Subidas en Europa
Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
Comercio espléndido, comercio mezquino
In memoriam
José Juan Yborra
Enrique, que estás en los cielos
Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
La lotería del Niño y el impuesto a la ilusión