Alberto Pérez de Vargas, el niño de la calle Real
No archivemos nunca el terrorismo etarra
Ni el terrorismo etarra, ni cualquier otro, debería ser nunca olvidado. Es muy peligroso ocultar a los jóvenes vascos y del resto de España que un grupo de iluminados sembró el terror y destruyó vidas y familias durante tantos años como duró la dictadura de Franco. Deben saber que ETA, ese grupo de desalmados, mató más en democracia que en la dictadura: de 712 muertos en total, los asesinatos ascendieron a 43 hasta la desaparición del general. Trece de ellos víctimas de la bomba en la cafetería Rolando de la calle Correo de Madrid, junto a la sede policial. Se cumplió medio siglo exacto el pasado viernes.
Viernes y trece en la calle del Correo, tituló su libro la abogada Lidia Falcón, que nada tuvo que ver con aquello pero que fue detenida, como su marido, el periodista Eliseo Bayo, porque en su piso de Madrid dejaron construir un refugio, un zulo. La abogada Falcón señala a Genoveva Forest, esposa del dramaturgo Alfonso Sastre, como la conductora que llevó hasta cerca de la cafetería a la pareja vasco-francesa que puso allí la mochila con explosivos.
El huevo de la serpiente. El nido de ETA en Madrid es el libro-testimonio que presentó Eduardo Sánchez Gatell en el Ateneo, a pocas calles del lugar de la masacre, cuando se cumplía medio siglo de la fechoría. Eduardo, captado por Sastre y Forest a los 18 años, y que recibió el regalo de una pistola entonces, no participó en el atentado pero lo vio venir, lo lloró, y confirma el papel de Forest en los preparativos, en el comando y en la celebración del macabro “éxito”. “Sastre, teórico de la lucha armada, en su soberbia, se creía Fidel Castro; y ella, la operativa, el Che Guevara”, sostiene.
ETA había ejecutado al almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno, nueve meses antes. Esa acción generó admiración en movimientos como el IRA irlandés, o los tupamaros; pero también en la izquierda de base española, harta de la dictadura. Sin embargo, ETA no se atrevió a reivindicar la masacre de la cafetería porque su “crédito” se hubiera desmoronado. No admitió su autoría hasta el mismo día que anunció su disolución, en 2018. “Tenía que leer el comunicado sobre el atentado, en Bruselas, el entonces jovencísimo Josu Ternera, pero un conflicto, y luego escisión, en la dirección etarra lo frenó. Y es él mismo el que reconoce la autoría cuando, encapuchado, lee, casi cuarenta años después, el último comunicado de la banda”, explica Luis Aizpeolea, periodista experto en la investigación del terrorismo vasco. Hasta entonces ETA lo ocultó.
En los dos atentados, el de Carrero Blanco y el de la cafetería Rolando, ETA buscaba el mismo efecto: desatar una represión del franquismo que barriera a la oposición democrática y que dejara libre el espacio a la lucha armada. “ETA no quería la democracia, sino desgajar a Euskadi de España y crear allí un estado a la cubana”, afirmó el autor. Y añade: “Ninguno de los dos atentados fueron una victoria para ellos porque no consiguieron esa respuesta represiva; su derrota se produjo el 23 de febrero de 1981, al fracasar el golpe de Estado de Tejero. Habían matado para conseguir esa insurrección. Allí debió acabar ETA, pero siguieron asesinando”. Extraordinario testimonio. Los jóvenes deben conocer esa historia, para que no se repita. Y la Justicia recuperar los sumarios de tanto asesino que salió impune, incluidos los de esa cafetería.
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