1931/1978

Monticello

30 de diciembre 2024 - 03:05

Si hay que escoger entre República y Dictadura es fácil: Constitución de 1978”. La frase, escrita hace unos días, es de Andrés Trapiello, uno de los escritores que más se han preocupado por la memoria de las letras españolas en el Siglo XX. Tanto la disyuntiva planteada como la solución propuesta me llamaron la atención porque, frente a lo que son dos periodos históricos, la II República y la Dictadura franquista, se postula como opción no otro tiempo histórico, el actual, sino un documento jurídico: la Constitución de 1978. Parece sugerirse con ello que esta Constitución sería una suerte de contestación tanto a la Dictadura que la precedió, como a la República que cae tras la Guerra Civil. Nuestro proceso constituyente, es cierto, no fue un proceso revolucionario, pero sí puede afirmarse que la Constitución de 1978 consagra inequívocamente, frente al régimen político precedente, unos nuevos principios de legitimidad, por usar la expresión clásica de Guglielmo Ferrero. La pregunta es si esa nueva legitimidad que sigue vigente hasta hoy es también refractaria a la legitimidad republicana o si tiene, por el contrario, conexión con aquella. Y es aquí donde creo que sólo una comprensión desvirtuada de la Constitución de 1931 puede privarnos de ver el vínculo ideológico que existe entre esa Constitución republicana y la actual de 1978. Desde luego, hay disparidades evidentes, empezando, claro, por la jefatura del Estado republicana o el parlamento unicameral, pero con la Constitución de 1978, como ocurre antes en otros países europeos durante la segunda postguerra mundial, lo que se produce es una restitución del constitucionalismo de entreguerras, frente al ajuste de cuentas con la democracia que impusieron totalitarismos de diverso signo. Es cierto que la Constitución española sólo hace reconocimiento expreso de la legitimidad republicana al otorgar valor a los estatutos de autonomía plebiscitados en la República, pero en ella se materializa el triunfo de una cultura constitucional democrática y europea que es a la que pertenece el propio texto de 1931. Quienes anhelaban tomar el cielo por asalto planteaban una enmienda a la totalidad de la Constitución de 1978, ocultando interesadamente el vínculo de ésta con nuestra Constitución republicana, que no fue, por cierto, una Constitución socialista. Defender la Constitución de 1978 pasa por reivindicar ese linaje y, con ello, lo que ésta tiene de republicanismo coronado. En todo caso, que nuestro régimen democrático fracase, como fracasó el del 31, no será culpa de nuestra Carta Magna, sino de que mayoritariamente los ciudadanos, en su tiempo histórico, no tuvieron la suficiente voluntad de Constitución.

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