El mundo de ayer
Rafael Castaño
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¡Oh, Fabio!
La progresíadivinaespañola siempre ha tenido una indiscutible habilidad para colocar etiquetas con las que estigmatizar a los adversarios políticos y, en general, a cualquiera que ose llevarle la contraria a sus editoriales. La primera, encasquetada a los defensores del Antiguo Régimen en los albores del XIX, fue la de “servil”. Uno acude al Diccionario de la Real Academia Española y sus sinónimos son desoladores: “rastrero, reptil, sumiso, adulador, chaquetero, arrastrado, lameculos”. En la II República y la Guerra de España la etiqueta preferida era la de “fascista” (aún hoy algunos se empeñan en seguir diciendo que José María Gil Robles lo era), aunque en la Transición ya se optó por una menos solemne, más coloquial y hasta simpática: “facha”.
La derecha, por su parte, ha sido menos habilidosa en estas cuestiones, aunque Franco tuvo el acierto de crear la gran etiqueta por excelencia: “rojo”, en la que agrupó a todos sus opositores, desde un maoísta pirado de los arrabales de la universidad hasta un respetable abogado demócrata cristiano.
En los últimos tiempos asistimos a una gran revolución de etiquetas de la factoría woke. Podemos hablar, incluso, de una explosión cámbrica en el mundo de la descalificación política. Veamos solo cuatro:
– Negacionista (también “terraplanista”). En principio se dice de todo aquel que niega las evidencias científicas de un problema, aunque la suelen usar personas cuyos conocimientos en la materia son nulos. Hoy se usa contra cualquiera que ponga en duda las medidas del Gobierno de Sánchez. Es fácil encontrar, por ejemplo, a un analfabeto científico tachar de “negacionista” a un ingeniero de Caminos que, por ejemplo, opina que es necesario limpiar los cauces de los ríos para aminorar los efectos de las riadas.
– Revisionista. Etiqueta de curiosa y siniestra raíz comunista que llegaba a justificar la muerte de un disidente. Hoy se aplica a todo aquel historiador que, solo es un caso, estudia el terror practicado por el bando republicano. La historia, al parecer, es una, inamovible y fijada por real decreto. Todo el que no esté de acuerdo se queda sin subvención y con el billete hacia el matadero ideológico.
– Antipolítica. Manera de referirse a las opiniones que, incomprensiblemente, abundan en la idea de que tenemos unas élites políticas cínicas e ineficaces. Muy usada por aquellos que viven del perol, no sólo los políticos con mando en plaza, sino también por periodistas, científicos sociales, empresarios aventajados y un larguísimo etcétera.
–Ultraderechista: Todo aquel susceptible de ser herrado con las tres etiquetas anteriores.
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