Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Ferdinand de Saussure, en su reconocido y centenario manual sobre lingüística general publicado en Ginebra en 1916, señaló que el signo lingüístico es arbitrario, esto es: que no hay una relación natural entre el significante y el significado. Pero esto no sucede siempre. Las onomatopeyas y los topónimos son casos excepcionales, sobre todo estos últimos cuando forman parte del acervo patrimonial de un colectivo cultural.
Recientemente, se ha presentado una Separata de Juan Carlos Pardo a su magnífica obra Finis Saeculi. El Campo de Gibraltar en los documentos de la Comisión del Plano de Algeciras y sus alrededores (1888-1894), editada por el IECG. Con el ilustrativo título de El Gran Plano se difunde en 152 páginas de hiperbólico tamaño una reproducción facsimilar a escala 1: 10.000 del mapa que Federico de Magallanes mandó trazar con la metodología del científico más constante y el rigor del funcionario más aplicado. En él se recogen con un detallismo que roza la obsesión cañadas y costas, valles y bujeos, regatos y crestas, chozas, cabañas, depósitos, cuarteles, veredas, sendas, trochas, y la trama urbana de unos municipios que se desperezaban de letargos decimonónicos con nuevas infraestructuras y vías de tren que aún hoy perviven.
En el entramado rojo cadmio de las ciudades comarcanas destaca el de Algeciras, que se muestra con una extensión equiparable al de las villas medievales, un río que hacía las veces de puerto, una Isla Verde amurallada y lejana, nobles paseos en su testero norte y una amalgama de huertas en su flanco occidental, atravesadas por vías férreas recién instaladas. Llama la atención la denominación de las calles: en paralelo a la Marina morían en el cauce las de la Soledad, López, Río, Ángel y la Alameda Vieja. La de Tarifa y la de las Huertas se dirigían a la plaza del Mercado, desde donde subía la calle Real que la ponía en comunicación con la otra plaza. Otras vías ubicadas sobre el escarpe eran las del Muro, Santa María, Sacramento, de las Damas, del Correo Viejo, de la Torrecilla, Larga, Alta, Nueva, Soria, de Escopeteros o de las Carretas. Ya en el altiplano se observan las del Murillo, San Pedro, de las Viudas, Rocha, Jerez, o Ancha, que discurría en paralelo a la calle Imperial, de donde partía la del Sol, San Felipe o de la Cruz Blanca hasta las de la Munición y del Baluarte. Al norte, el paseo del Calvario enmarcaba a Buen Aire, San Antonio, Sevilla, Jesús, Ánimas, Jerez, los Guardas, Montereros o el Secano. Todos estos nombres tenían su historia y su sentido. La mayoría han sido cambiados en una muestra del desconocimiento o desprecio de ambos. No sería mala idea su recuperación y la puesta en valor de unos topónimos que formaban parte de la ciudad restaurada, nacieron con ella y tenían muy poco de arbitrarios.
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