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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Cajón de sastre
EN junio de 1948, el insigne descubridor de la Penicilina, el doctor Alexander Fleming, visitó Madrid. Previamente había realizado una pequeña gira por España que incluyó Barcelona y Sevilla. Cuentan que cuando llegaba en avión a Barajas, observó a través de la ventanilla una multitud de personas que esperaba en el aeropuerto con pancartas. Pensó que nunca había tenido un recibimiento igual. Craso error. El gentío, a quien quería vitorear era al cantante mejicano Jorge Negrete, a la sazón ídolo de las jóvenes españolas de la época que viajaba en el mismo avión. Fleming fue recibido al bajar la escala por sólo dos personas.
Me acordé de esta anécdota el lunes pasado cuando el auditorio del Centro Documental José Luis Cano puesto en pié, aclamó al científico algecireño Asier Unciti que acababa de dictar una brillante conferencia sobre su vida y obra. He escuchado decir a los norteamericanos que "cuando alguien tiene una buena idea aunque no tenga dinero, ya tiene el dinero". Es cierto. Cuando algo es realmente bueno, la financiación se dará por añadidura. Asier tuvo una idea: encontrar a través de la Química, solución a un problema no resuelto, los efectos colaterales de la quimioterapia en el tratamiento de pacientes con cáncer.
Pensó que si encontraba un metal tolerado por el cuerpo humano, podría insertarlo en el tumor, para que actuara de catalizador de un fármaco que sólo se activara en su presencia, logrando así que sólo se destruyeran las células tumorales y no las demás. Hoy dirige en la Universidad de Edimburgo un centro construido para su idea que es referente europeo en la lucha contra el cáncer. Allí descubrió que el Paladio era el metal adecuado, demostró que la reacción era posible y trabaja con un brillante equipo de científicos a sus órdenes en los pre-fármacos que llevaran a cabo el milagro.
Asier, hijo de Algeciras, fue un alumno de la enseñanza pública de su pueblo al que sus profesoras Ana Juárez y María del Mar Sánchez inspiraron la vocación que con el esfuerzo y la perseverancia, le han llevado a donde está que es la proa de la investigación mundial. Fue un alumno más, como los miles que pululaban por la Plaza Alta en Diverciencia esta semana, pero tuvo una idea. Debemos sentirnos orgullosos de Asier Unciti. Es profeta en su tierra.
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