El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Me gano la vida dando clases de Historia Contemporánea de España a jóvenes de 17 años y les aseguro que no son lo que se dice de ellos: indolentes, desorganizados, flojos, móvildependientes, maleducados, irrespetuosos, insolidarios…
Habiendo de todo, que en la variedad está el gusto, son capaces de vibrar ante las vivencias de la Transición, sorprenderse al conocer la indolencia de algunos gobernantes, indignarse al comprobar cómo la insolidaridad de aristócratas y capitalistas está en la base de un puñado de los episodios más sórdidos de nuestro devenir histórico.
Mis chicas, mis chicos, son tan egoístas e irresponsables como sus padres les hayan permitido, siempre más por ignorancia bienintencionada que por estupidez. Pero les enseñamos a ser organizados, disciplinados, estudiosos, educados, comprometidos y solidarios con los más desfavorecidos, esforzados y buena gente de equipo cuando dedican su tiempo libre a entrenar, e incluso madrugan para competir en el fin de semana sacrificando la noche de botellona.
A esa gente, a los que terminas queriendo como si fueran de la familia, porque aparte de enseñarles Historia se dejan aconsejar (aunque vuelvan a equivocarse), orientar (pese a que ellos sean los que terminan decidiendo), consolar (porque son jovencillos conformando su personalidad, que sienten, sufren y caen abatidos ante la adversidad; a veces, ante la menor adversidad); a esa gente que empieza a aparentar cuerpo de adulto con mentes inocentes e incluso infantiles, les ayudo a entender cómo hemos llegado hasta aquí. Cómo, con la desgraciada trayectoria que traemos después de un puñado de guerras civiles y de un par de dictaduras militares, hemos construido un país bastante admirado.
Y tienen muy claro que ETA fue una banda terrorista; que lo del 36 fue un intento de golpe de estado de unos pocos militares africanistas que acabó de arruinar al país; que en el 78 nos dimos una magnífica constitución; que los nacionalistas son unos señores que van a lo suyo, sea matando gente para liberar Euskal Herria, sea extorsionando al que se le ponga por delante para liberar Catalunya.
Pero también, que las broncas en el Parlamento tienen mucho de impostura, que no llegan más allá de la cafetería del Congreso; que una presidenta de comunidad autónoma no puede ir diciendo hijo de puta al presidente del Gobierno, ni camuflándolo de productos de temporada; que los líderes políticos no pueden defender algo en su programa electoral y hacer lo contrario al día siguiente, porque las evoluciones ideológicas no van a ese ritmo. Y la mayoría de ellos me dicen que todos estos últimos detalles les dan asco.
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