03 de octubre 2023 - 00:15

El Antiguo Testamento recoge otro de esos episodios extraordinarios a los que nos tienen acostumbrados los autores de una mitología fascinante e inverosímil. En este caso, los hombres –los protagonistas son exclusivamente masculinos, salvo cuando hay que culpabilizar a alguien como Eva– en un ataque de engreimiento y vanidad, se atrevieron a rivalizar con Dios tratando de construir una torre que alcanzara el cielo. Como se podía esperar de Yahveh, se lo tomó fatal y, para impedir esa afrenta insoportable, decidió confundir a la gente, haciendo que de sus bocas salieron idiomas diferentes. Esto hizo imposible entender las órdenes de los capataces, entregar la mezcla en los sitios adecuados y, de pronto, surgieron decenas de maneras distintas de llamar al palustre, con lo que se acabó la obra: la primera burbuja inmobiliaria.

Este incidente, impuesto como “castigo” a la Humanidad, revela esa idea fantástica de la uniformidad como la situación ideal y concibe las diferencias, por tanto, como una condena. Y esta noción ha debido ser la que ha iluminado a la derecha y a la ultraderecha españolas a la hora de rechazar el uso de las otras lenguas que se hablan en nuestro país, en el Congreso de los Diputados. No sólo se oponen a que se empleen, sino que se niegan a usar los traductores simultáneos, expresando así un verdadero desprecio a lo que sus señorías digan en todo lo que no sea el castellano y, por tanto, desoyendo a las ciudadanas y ciudadanos que representan.

Resulta increíble que en un país en el que el manejo de otras lenguas, especialmente el inglés, es algo muy valorado para el currículo de cualquier persona y que en el sistema educativo se incluye desde la etapa infantil y es imprescindible para el acceso a titulaciones, a estudios superiores y puestos de trabajo, se desdeñen las lenguas propias. Y es que ni siquiera se han molestado en argumentar las motivaciones para rechazarlas, salvo insistir en la paranoia del apocalipsis-comodín de “España se rompe”. Algo que no deja de ser una tremenda fake que, por lo visto, les resulta rentable. Sólo por motivaciones políticas coyunturales, llevan a cabo esta despreciable puesta en escena de desdén y de incultura.

Después de siglos en los que la población andaluza hemos sido el hazmerreír por nuestro modo de hablar, estamos también en condiciones de solidarizarnos con las diferentes maneras en las que los seres humanos nos comunicamos. La lengua es el mayor elemento de nuestra identidad como seres sociales y no hay lenguas buenas o lenguas malas. Todas son maravillosas y hay que preservarlas.

¡Ay, la vieja Castilla! Ya sabemos, nacionalismo y supremacismo, suelen ir de la mano.

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