Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Tierra de palabras
En una entrevista publicada hace algunos días en un suplemento semanal, el filósofo y teólogo Pablo d'Ors exponía que sería conveniente que se introdujese frente al término "bienestar" otro nuevo término, el de "bienser", ya que no solo tenemos instintos y deseos sino también un anhelo. "Los instintos obedecen al cuerpo; los deseos, a la mente, y el anhelo, al alma".
El bienestar nos da comodidad que se convierte en seguridad, pero para nada será el fin más preciado que nos complete. Podrás tener cubiertos tus instintos, podrás fabricar innumerables deseos en tu mente, pero como el anhelo de búsqueda no esté presente, el vacío será cada día más profundo.
En esta estival etapa he retomado la lectura del libro del Premio Nobel de Literatura, Hermann Hesse: Siddhartha. Cada noche, cuando me acuesto con la ventana abierta, intentando refrescar la calurosa oscuridad, leo en voz alta la experiencia vivida por su protagonista para quien el camino de la verdad pasa por la renuncia y la comprensión de la unidad que subyace en todo lo existente. Y lo leo en voz alta porque quizá deseo leérmelo a mí misma, saber que estoy ahí presente, con toda la atención puesta a tan gran enseñanza. Acudo al silencio de la noche y sus sombras y entre palabras reafirmo el don que se nos otorga de poder nacer muchas veces en una sola vida. Desde el sosiego y la calma, descubrir que la luz a veces te ciega y que la oscuridad te asusta; pero las sombras, tus sombras, también forman parte de ti, aunque intentes ocultarlas.
Siguiendo con la entrevista, el filósofo asegura que tiempo hay, pero otra cosa es cómo lo utilizamos. "Si de verdad quieres saber en qué cree alguien y dónde tiene su corazón, mira su calendario y su horario. Nos movemos en la cultura del afán del rendimiento valorando las cosas no por lo que son, sino por lo que producen". La recomendación que nos hace es dejar de aprovechar tanto el tiempo y dedicarnos más a vivirlo.
Ahora que el contacto es imprudente, el domingo, con todo el tiempo por delante, cuando cambiaba una maceta de tiesto a la acogedora sombra del árbol del amor, que así se llama, la brisa de la mañana comenzó a agitar las ramas y sus hojas a acariciar mi cuello y mi pelo. La pura conexión con el momento me hizo sentir profundamente cómo el árbol del amor me amaba saciando la sed de mi alma.
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