Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Cuánto vale reencontrarte con tus amigos de la infancia? Esos con los que compartías absolutamente todo, hasta los bocadillos de manteca con azúcar. Si nos daban un balón podíamos estar juntos toda la tarde, a la espera de la voz de mi madre desde la ventana: “¡Rocíoooooo, venga pa’rriba!”. Otros días jugábamos a las canicas y, en ocasiones, hacíamos bailar a los trompos. El caso era estar juntos, sin importar qué hacíamos. Lo único que queríamos era jugar allí debajo de la casa de abuela, en las cuatro plantas de la Avenida España.
La vida, en su rigurosa manera de hacerme crecer y construir mi propio camino, me alejó de aquellos granujillas que se habían convertido en la base de mis recuerdos. En los cimientos de una niñez en la que aprendimos a ser felices con muy poco. Mis amigos, que también eran mis primos (y viceversa), separamos nuestros mundos, pero no nuestra esencia. Era imposible cortar un vínculo que se creó a base de macarrones con tomate y pastillitas Juanola.
Para poneros en contexto, os cuento… Mis abuelos, los inolvidables Rafael Boza y Carmela Álvarez tuvieron 12 hijos y estos les dieron 23 nietos. Un día cualquiera en la casa Boza-Álvarez era una auténtica locura. Niños correteando por todos sitios, una olla gigante de potaje y una familia con infinitas carencias, pero repleta de amor y sencillez. Quizás, en aquel momento no éramos conscientes de lo valioso que serían esas vivencias para nuestro futuro. De cómo nos uniría, gracias a la labor de nuestros padres, tíos y abuelos. Que se esforzaron para que no perdiésemos ese hilo, que, aunque a veces parezca invisible, está ahí, sin duda.
Cuando mis abuelos murieron sentí un vacío incontestable. La raíz de mi memoria quedó mermada y a la deriva. Sin un lugar al que ir cuando me sintiese perdida. Sin ese abrazo que solo ellos sabían darme.
Así que la vida empleó de nuevo sus encantos y en su mágica manera de hacerme reconectar con lo verdaderamente importante, me los puso en el camino de nuevo. A esos que me mostraron la palabra amistad mucho antes de entender su significado. A mis niños: mis primos.
Puede que hayan crecido una mijilla y que ya prefiramos una copa de Whisky a un Cola Cao… Y no solo eso, ahora vienen acompañados de sus parejas e incluso hijos, que, he de reconocer, son maravillosas/os. Me inspiran y me alegran el alma…
Siempre he dicho que vaya suerte la mía por tener amigas que son familia, pero hoy mi suerte se ha multiplicado y puedo añadir que tengo familia que son amigos.
En este momento solo deseo que disfrutemos de esta etapa, y que si, por caprichos del destino nos volvemos a alejar, nunca olvidemos de dónde venimos porque eso hará que volvamos a encontrarnos.
Formulo de nuevo la pregunta con la que abrí el texto: ¿Cuánto vale reencontrarte con tus amigos de la infancia? No tiene precio.
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