La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Campo Chico
Algeciras/De vez en cuando sabemos por los periódicos que éste o aquel especialito “a nativitate” ha hecho alguna aportación importante a la cultura o al conocimiento. Si se trata del mundo del espectáculo, entonces el despliegue informativo y el temblor oficial son de una intensidad apabullante. No así si el sujeto pertenece a ese universo lejano de la creación científica o del pensamiento duro. Hay veces que las circunstancias, amistad o fácil acceso a medios o autoridades, permiten que se sepan cosas así como que un joven de nuestro entorno paisajístico ha tenido una nota alta en selectividad o está participando en una investigación de gran impacto social. Pero esto es más bien puntual y pasajero.
En este tiempo de turbación sanitaria y de miedo a la enfermedad por contagio, se habla mucho de la alta valoración que de pronto adquieren los científicos y sanitarios, además de otros especímenes de la fauna de servicios al ciudadano; pero es cosa pasajera, ya lo verán. No dudo de que escuchar una guitarra o una copla cuando uno está retorciéndose y ahogándose en el lecho de muerte, puede ser más confortable que la complicidad trágica del silencio, pero yo diría que la esperanza de tener al lado a un sanitario bien dotado de medios y saberes, ayuda más que cualquier otra cosa. La ciencia nos proporciona bienestar y hay mucho trabajo, ímprobo e inestimado, tras cada acción y cada detalle de esos que nos proporcionan salud, confort y conocimientos.
Desde hace casi medio siglo estoy involucrado (ahora como vicepresidente) en las actividades y quehaceres de una sociedad de reflexión sobre la interdisciplinaridad, de acrónimo Asinja: son las iniciales de “Sociedad Interdisciplinar José de Acosta”. Es de carácter nacional y, por extensión, internacional, pero en su junta directiva, formada por seis personas, estamos cuatro andaluces y, de entre ellos, dos naturales de la comarca, Jerónimo Sánchez Blanco, de Tesorillo, pionero en la implantación del PSOE en Andalucía, y yo. José de Acosta (1540-1600), imperceptible para el gran público de nuestra querida España, fue uno de esos grandes hombres que Dios nos manda de vez en cuando. Este jesuita vallisoletano de Medina del Campo, misionero, antropólogo y naturalista, realizó una tarea inmensa en la América recién descubierta y conquistada. Pero esa es otra historia.
El presidente de Asinja, el profesor Leandro Sequeiros, catedrático de Paleontología, me comunicó, a poco de suceder, la muerte del padre jesuita Manuel Sotomayor Muro, cuyos apellidos lo radican profundamente en la historia social de su pueblo natal, Algeciras, del que hablaba continuamente y al que llevó siempre en su corazón; solía decir que fue muy feliz en su infancia porque su pueblo era alegre y estaba lleno de luz. Aparte de los hornos romanos de El Rinconcillo −uno de sus primeros descubrimientos− que serían declarados en 1969 (Decreto 2533/1969, de 16 de octubre) monumento histórico-artístico, también puso en superficie al yacimiento de Los Villares, en 1970, y dirigió las primeras campañas de excavación que permitieron acceder a los focos de producción de terra sigillata, o cerámica sellada, de color rojo brillante, muy característica del Imperio Romano. Los hornos de El Rinconcillo están ubicados en donde estuvo el asentamiento romano de Portus Albus o Puerto Blanco o de la Luz, a unos ocho kilómetros al sur de Carteia y en las inmediaciones de Iulia Traducta (Algeciras). En ellos se fabricaban las vasijas que debían contener el “garum”, una especie de salsa de pescado, muy estimada entre las clases favorecidas de Roma. Se utilizaba como salazón y se elaboraba, entre otros lugares próximos, en la factoría costera de Baelo Claudia (Bolonia).
El profesor Sotomayor extendió sus conocimientos en iniciativas arqueológicas que enriquecieron el patrimonio histórico de ciudades como Almuñécar, Andújar, Castellar de la Frontera, Gabia la Grande, Granada, Huéscar, Pinos Puente y Quesada, entre otras intervenciones. El ayuntamiento de Andújar le concedió la Medalla de Oro de la ciudad en 2014. Por aquí, que yo sepa y si no me falla la memoria, todo se redujo al homenaje que le rindió la revista Caetaria, que editó hasta 2009 la desaparecida Fundación Municipal de Cultura, dedicándole su número 4-5 (2004-2005); en su portada se lee lo siguiente: “‘Caetaria’ está dedicada en esta ocasión al profesor y arqueólogo algecireño Manuel Sotomayor, responsable de la excavación y difusión, entre otros, de los hornos romanos de El Rinconcillo, declarados Monumento Histórico-Artístico nacional”.
Le recuerdo de cuando aparecía con su porte de joven seguro de sí mismo, enfundado en su sotana fajada de jesuita. Vivía –no sé si nació allí− en el primer piso de una casa señorial, al que se llegaba a través de una escalera de mármol ribeteada de plantas. Era el número 2 de la entonces calle José Antonio (hoy Radio Algeciras). El portal estaba entre el bar Los Rosales de mi padre, Ignacio, y La Africana, una popular tienda de tejidos propiedad de un prohombre algecireño, don Miguel Lozano, que rodeaba la esquina con la Plaza Alta. El padre Hornos, como se le llamaba cariñosamente, ha muerto bastante mayor, hace sólo cuatro días, sin que nadie de por aquí lo sepa. Fue el pasado miércoles a media tarde, en Salamanca donde residía, en una casa de la Compañía de Jesús. Era uno de los científicos españoles más relevantes de la segunda mitad del pasado siglo; como lo fuera José de Acosta en el siglo XVI. Y también un hombre sabio, en ese sentido de la palabra que ya resulta de difícil aplicación.
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