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Rafael Sánchez Saus
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La Matemática Aplicada existe como área de conocimiento en las denominaciones oficiales españolas, desde las reformas del sistema educativo en los primeros años ochenta del pasado siglo. Nunca antes, en España, se llamó así a una materia o a una signatura. Tampoco puede decirse que la denominación existiera con carácter general en otros lugares. Tuve ocasión de vivir en primera persona las dificultades con que se encontraba el nombre por el que, sin embargo apostamos unos cuantos matemáticos españoles, entonces jóvenes catedráticos e investigadores en diversos lugares, la mayoría de vuelta de importantes universidades europeas y norteamericanas. Y era natural, mucha gente no alcanzaba a comprender lo que quería decir lo de "aplicada". No era fácil convencer de que se trataba de hacer énfasis sobre una matemática motivada por la demanda metodológica de disciplinas científicas muy diversas. Además, el uso de ordenadores no estaba generalizado y aunque se le veían las orejas al caballo sobre el que se estaba montando el futuro, la inercia de los hábitos, como siempre, producía una niebla densa que impedía la visión a medio plazo a una buena parte de la comunidad científica y a la práctica totalidad de los administradores públicos.
España, además de invertir, en términos relativos, muy poco en investigación básica, es un estado con graves problemas estructurales. En dos de ellos, el laboral y el educativo, la gravedad es extrema. En el educativo –el laboral es otra historia− no se ha hecho más que deteriorar el sistema desde que me da de sí la memoria para recordarlo. En el bachillerato, la supresión del de siete años y examen de Estado, inducida por las reformas de 1953 (Ley de Ordenación de la Enseñanza Media) a la ley Moyano (1857), fue el pistoletazo de salida a sucesivas y lamentables iniciativas que culminaron en la LOGSE un proceso de avance hacia la mediocridad, que no se ha detenido, ni mucho menos. Paralelamente, sin embargo, en algunas universidades y centros de investigación se han alcanzado niveles de trabajo, producción y formación a la altura de los mejores del mundo. Oasis en el desierto de un panorama que requiere intervenciones de muy difícil ejecutoria política.
La concesión, este año, del premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica a tres matemáticos y una física teórica, relacionados entre sí por sus trabajos, ha puesto de actualidad –es lo más sustancioso, socialmente, de los efectos que provocan los premios− la existencia de las matemáticas como referencia entre las actividades humanas. De un tiempo a esta parte, la sociedad española está escuchando hablar de la fundamental aportación de las matemáticas al conocimiento, mientras que la ministra de Educación y algunos consejeros autonómicos del ramo dan vueltas alrededor de la idea de disminuir, e incluso suprimir en determinadas opciones, las matemáticas de los estudios preuniversitarios. Seguramente para incidir en la línea de reducción creciente del esfuerzo en el aprendizaje.
Por el contrario, una universidad de la iglesia, andaluza, la Universidad Loyola, que emergió de la prestigiosa institución ETEA de Córdoba, acaba de anunciar la creación de un título de Grado en Matemática Aplicada. Debieran diseñarlo, como ya se hace en algunos reductos universitarios y están impulsando algunos gobiernos autonómicos como el de Madrid (STEMadrid), en la línea educativa que se conoce por su acrónimo STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics). Desde siempre, y ahora más que nunca, debe fomentarse el estudio de las matemáticas al mismo nivel que el de la lengua materna, como se hacía antes de que el movimiento “hacer todo sin esfuerzo” se fuera apoderando de las mentes de los legisladores. Profesionales de la nada –terminada en “gogo”− que han conseguido convertir los libros de texto en revistas ilustradas y tebeos de colorines, y convencer a los administradores públicos de que se puede enseñar una materia sin sabérsela, dando instrucciones del método de enseñar lo que sea sin que haya que tener idea de lo que es.
La matemática subyace a todo, es el lenguaje de la Naturaleza. Todos esos avances que percibimos en comunicación, información y previsión, en procesamiento de imágenes y en reconocimiento de patrones, en seguridad, en criptografía, están escritos en esa lengua universal que como la música pertenece a todos y es sustancial a todas las sensaciones. España es hoy una potencia mundial en Matemáticas. Algunas universidades españolas, y entre ellas, Granada y Sevilla, están entre las que hacen matemática de calidad. Nos falta una sociedad concienciada y sensible a lo importante, y un sistema educativo que no confíe la enseñanza de la matemática a los que no han sido, ellos mismos, educados en su metodología; más de la mitad de los profesores de primaria y secundaria en España, no son matemáticos de formación.
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