Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Definitivamente Halloween gana cada día más terreno en nuestro entorno por goleada. Ni truco ni trato. Es la realidad. Brujas, calabazas, zombies, novias cadáver, momias y otras especies del más allá o del más acá, deambulaban la noche del lunes por el mercado Ingeniero Torroja, conviviendo con los puestos de castañas que humeaban, dando a la Algeciras más castiza un aire fantasmagórico de lo más peculiar. Así es y poco se puede hacer.
A empujones se abren paso las modas frente a las tradiciones, hasta casi disolver en la nada la esencia de lo que fue. Incluso la climatología parece haberse aliado para que ya la noche de Tosantos se parezca más a un paseo por el real de la feria que a una noche de primeros de noviembre. Nunca hubo pulpo asado, ni puestos de algodón, ni petardos, ni actuaciones en aquellas noches. Tampoco un mercado interior lleno de botellines vacíos y restos de comida y pasillos en los que no cabía ni un alfiler. Las colas para pedir un montadito, un platito de jamón o un cartuchito de gambas son desde luego lo que menos representa a un país en crisis. Yo veo a un país sediento y con ganas de algarabía por el motivo que sea... Algo natural tras una pandemia, pero un fenómeno casi paranormal en el trance económico que vivimos.
Recuerdo en mis Tosantos de niña, con guantes y bufanda, los puestos a rebosar de frutos secos y naturales propios de la temporada. Pero este martes, me costó recordar. Costaba ver Tosantos en la humareda que se debatía entre el pulpo y la castaña, entre el gofre y el petardazo. Y no la encontré. Aquella cañadú que me compraba mi padre ya no existe. La busqué y no existe, como no existe el paseo sosegado, ni ese sentimiento común de aire solemne. Se difumina en el tiempo, al igual que se mezclan los olores y los recuerdos en esa atmósfera extraña en la que quizás son ellos, los que no regresan, los que no entiendan nada allá donde estén.
La noche de los difuntos ya poco tiene de silenciosa, de recogimiento o de memoria. Nada malo hay en importar de otras culturas aquello que nos complazca. Como sucedió con los refrescos de cola, aunque el vino de la tierra siempre sea mejor opción. Nada malo hay en tomar unas cañas y unas tapas. Nada malo hay en vestir un disfraz, ni en el truco ni en el trato, ni en asustar al miedo y reírnos de él si podemos. Nada hay de malo, siempre que no se nos olvide quién nos llevaba de la mano hasta el mercado para dar sabor a la noche más sobrecogedora del año. La caña de azúcar, la cañadú, no estaba en los puestos ni su dulce sabor a nostalgia. Tal vez así deba ser: "This is Halloween".
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