Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Creo que pocos desconocen quién fue Al Capone, un gángster que hacía cositas que suelen hacer los gángster y, astuto él pero no tanto, acabó siendo encarcelado por evasión de impuestos. Es decir, que todo acabó por cositas de ingeniería financiera que dirían algunos de banderita en ristre aquí en España.
A la vez es habitual oír noticias del tipo “Condenan a un ladrón a 6 años de cárcel por robar un bocadillo de mortadela”. Y claro, el justiciero que hay en nosotros se indigna tanto ante lo de Hacienda como ante el robo del bocata proletario. Hasta que se escarba un poco y vemos cómo el titular se acerca a lo obscenamente tendencioso. Lo correcto sería contextualizar y ver que el señor ladrón entró, con un hacha y una pistola, pegó varios tiros que se estamparon en el techo (como si fuera un golpista de los de verdad entrando en el Congreso), destrozó el mostrador a hachazos, le pegó a dos señores mayores que estaban allí mientras descansaban de mirar obras, le escupió a un gatito y zarandeó al dependiente. Como no había dinero se agenció el bocata de aquel y se lo dejó a medio comer, por lo que sacaron su ADN y lo pillaron, porque las cámaras de seguridad eran de pega y el gatito estaba demasiado nervioso para identificarlo.
Lo digo porque muchos se han escandalizado días atrás por el famoso “piquito” a Jenni Hermoso por parte del expresidente de la RFEF; o más que por el piquito, por las consecuencias del mismo porque, total, por una cosa inocente la que se ha liado, que a quien no se le ha escapado alguna vez un amago de esa misma índole y que dónde vamos a parar si uno no puede ya ni usar a su antojo a las personas que tiene a su cargo.
Y al escarbar son el piquito, los intentos de declaraciones falseando la realidad, amenazas de reducción al ostracismo, cambios de versión, manipulación de imágenes y otra serie de actuaciones anteriores con ésta y otras, todo mujeres (casualidades del destino), con las que el presunto señor ha ido adobando un mandato plagado de, cuanto menos, incertidumbres éticas y de pasta, mucha pasta repartida por doquier. Todo en clave de “presunto”, como es lógico, que uno es respetuoso con esas cosas y, total, en portugués “presunto” es cerdo. ¡Mirusté, mirusté!.
En definitiva, que no es que se me haya escurrido un cero de más y haya ido a parar a mi Declaración de Renta, o que el bocata sea de mortadela o de beluga, o que un piquito sea un inocente ramalazo de alegría interna expresada a lo machote de pelo en pecho, sino la impunidad con la que muchos se enfrentan a la vida, el discurso que venden a quienes no cuestionan, sino anhelan estar en la misma posición.
Y coincidirán conmigo en que lo peor de todo lo anterior es escupirle al gatito.
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