Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Se abre la puerta y un hombre mayor, encorvado, cojeando dolido de haber vivido siete décadas, comienza su desfile diario hasta el púlpito de la Academia. Junto al maletín de cuero roído se vislumbra en la oscuridad un jersey apelotillado y un rostro repleto de surcos que se esconden tras un bigote tiznado del característico amarillo nicotina, que va a juego con las hojas oxidadas que pretende leer y sus dientes amarillejos de haber sido marinados durante años en exquisitos cafés de máquina.
El hábitat de este espécimen es la Universidad, donde fue cuidadosamente seleccionado por sus predecesores para que el sistema escolástico y feudal que existe no sucumba ante elementos externos. Seres raquíticos y endogámicos, terceras o cuartas generaciones de profesores universitarios, aferrados en la trona hasta sus días finales. Este parece ser el único problema que ven ahora algunos medios ante el progresivo vaciamiento de la Universidad.
En el éxito de la Formación Profesional (FP) encontrarán mejores respuestas que en los artículos y papers que apuntan –solo– a la poca innovación docente. Muchos amigos han finalizado el grado universitario o lo han dejado a medias para hacer una FP porque tiene una salida más inmediata que una carrera de cuatro años, a la que hay que añadir, en el mejor de los casos, la preparación de unas oposiciones. Fuera de ese recorrido queda deambular por un inmenso desierto llamado “falta de experiencia laboral”, que solo finaliza cuando se accede a ser mileurista perpetuo.
Por otro lado, tenemos el papel que juega el Bachillerato Internacional –la fuga de cerebros institucionalizada– en la degradación de la Universidad española. Auténticos genios se forman en universidades del extranjero para jamás volver. En España les esperan sus padres, sus amigos y un sueldo tres o cuatro veces más bajo que el que le ofrecen en aquellos países con un horario laboral más reducido y con más ventajas de ascenso. El modelo universitario español prepara mano de obra barata sobrecualificada para un sector privado con mentalidad de esclavista, un país con dependencia a modelos económicos de poco valor añadido y con sueldos de risa. ¿Merece la pena estudiar tanto y vivir en España? El rapero sevillano Toteking lo resumía perfectamente en dos versos: “¿Pero y el solito? qué más da, no compensa. ¿Y lo bien que se come? Qué más da, no me cuentes. Somos carne picá”.
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