Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Hay que ver lo que en la Cultura Occidental han dado de sí los Griegos de la Antigüedad! Pienso y en cuanto me pongo a escribir este artículo, me encuentro que la palabra que define el sacar las emociones, buenas o malas a través de un ritual no es más que una catarsis, palabra griega, que ya Aristóteles utilizaba para explicar cómo a través del ejercicio de las Artes Dramáticas los hombres (para él no existía problema de género, las mujeres no eran personas, solo servían para procrear) podían sacar lo que en estado de normalidad negaban. Él, por tanto, consideraba que la catarsis solo sacaba lo malo que uno lleva dentro.
Yo, que soy hija de la Ilustración, aunque remasterizada, no veo que un acto ritual, tenga o no que ver con lo báquico o dionisíaco, o devaluadamente hoy con lo que renombraríamos como botellónico, solo saque lo peor. Hay otros rituales como el que en mí produce la Música. Esta disciplina ejerce ese poder de higiene y de contacto con lo que guardo. Ya dijo alguien que “la música amansa las fieras”, pero para que yo sienta lo catárquico, no me ocurre cuando estoy sola, o por lo menos lo hace sin ese sentimiento tan sanador que es la alegría, sino cuando lo comparto con otros. No es necesario conocer a cuantos te rodean. Quizás en el anonimato colectivo está una de las claves de la depuración. Soy yo conmigo misma y a la vez soy la referencia para otros que así mismo se han convertido en mis espejos. No busco nada, solo siento la calidez y la bonhomía que despierta el horizonte de brazos levantados moviéndose acompasados por el ritmo de la música y donde no eres tú quién dirige lo que tu cuerpo siente, sino el chamán que es en este caso el cantante.
Yo nunca he sido de rituales, ni siquiera de los considerados oficiales, porque para que tengan todo mi respeto tienen que hacerse desde la verdad y no desde la convención dada por otros. No me interesa saber lo que cada cual viste sino como en un cuadro impresionista, la armonía que producen las tonalidades entre sí; las manchas de color que se desdibujan o se rehacen en función del punto en la que las miran.
He conseguido más este sábado en dos horas de concierto que en dos años de psiquiatra. Por eso he pensado que, a lo mejor, la solución de nuestros problemas de españoles cainitas esté en un gran concierto en el que los problemas personales afloren y dejen de interactuar con los de la colectividad. Es preferible y rentable espiritualmente recurrir a una catarsis musical en la que dejemos que la alegría triunfe frente al sentido de lo patético.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Cambio de sentido
Carmen Camacho
La ley del deseo
Contraquerencia
Gloria Sánchez-Grande
Los frutos carnosos y otras burocracias de Tosantos
La ciudad y los días
Carlos Colón
El Gran Hedor
Lo último