Crisis, en plural

10 de febrero 2024 - 01:00

La crisis de los 30 es una invención puramente posmoderna que nace de la contemplación de la vida de nuestros padres y, en algunos casos, de nuestros abuelos. En casa vemos fotos de papá y mamá mozalbetes, con 28 o 29 años, agarrando un carrito en el que ya estamos nosotros, bien rellenitos y jugositos. Cuando Delibes ganó el Nadal tenía 27 años, estaba casado y le hacía pedorretas a su primogénito. Sin alcanzar la treintena ya había cumplido dos de los tres objetivos que el poeta José Martí dijo que todo ser humano ha de alcanzar para sentirse pleno: tener un hijo y escribir un libro. Lo de plantar un árbol es una gilipollez.

Hablo mucho con mis amigos de la supuesta e inminente crisis de los 30. Entre nosotros ya comienzan a aparecer algunos síntomas. Yo no sé diferenciarlos en mí, puesto que siempre me ha costado interpretar el presente de otra forma que no fuera para hacerme preguntas sobre mi futuro. La Providencia me ha bendecido con la consciencia de mi lugar en el mundo y con un trastorno de ansiedad generalizada.

Pero crisis, a lo largo de nuestra vida, hay muchas. No es necesario esperar a los números redondos, esos que tan bien quedan en las grandes efemérides y en los titulares de los periódicos. Recuerdo una tan nimia como trascendental. Me di cuenta de que me estaba haciendo mayor cuando el jugador de fútbol de moda, aquel llamado a dominar el deporte rey, tenía menos años que yo. Para mí fue como ponerle nombre a ese interregno que existe entre la juventud y la adultez.

Creo que también le ocurrió a uno de mis mejores amigos, el más futbolero, uno que aún hoy sigue diciendo que corre más que Isco y al que la moda oversize le ha venido genial para disimular la panza. Una noche, rondábamos los 23, como seguro que hacía Delibes, estábamos en pleno botellón hablando de fútbol. Creo que Mbappé acababa de fichar por el PSG con 19 años. Mi amigo exclamó: “¡Quillo, es buenísimo! ¡Y del 98! ¡Más pequeño que nosotros! ¡Perfectamente podría ser yo! Es que yo podría llevar ya cuatro años jugando”. Dos horas y seis copas después estaba echando el bofe detrás de un árbol. Me acerqué a él, a aquella Filarmónica de Arcadas y Estertores, y le acaricié la nuca con cariño, porque sabía que en el fondo mi amigo descubrió en ese momento que ya nunca jamás podría ser Mbappé.

Envejeció de golpe, su rostro devino quebradizo y triste. Jamás volvió a ser el mismo. Jamás volvimos a ser los mismos. Hay sueños que no sabemos que tenemos hasta que se rompen.

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