Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Los cambios en nuestra sociedad actual se están produciendo tan rápidos que apenas da tiempo de conocerlos y, no digamos ya, de interiorizarlos e incorporarlos al día a día. Tengo que reconocer que me dan urticaria los trámites que ahora se hacen desde el móvil: mirar recibos, gestionar la cuenta del banco, pedir citas de toda índole, acceder a informes médicos, hacer la declaración de la renta… y una larguísima lista. Es todo muy intuitivo, te dicen.
Y en este contexto de hágalo usted misma, ha irrumpido con brío el asunto de los apartamentos turísticos. Los bajos precios te animan a internarte en el proceloso camino de reservar una pernoctación.
No voy a entrar en describir todo el proceso, desde que te pones a buscar alojamiento, hasta conseguir abrir la habitación, para lo que tienes que seguir unas instrucciones, una verdadera búsqueda del tesoro, que se convierte fácilmente en yincana, cuando, por fin, te enfrentas a obtener la llave o, magia potagia, en el modelo más sofisticado, cuando se abre de forma online, con una aplicación que, no sin dificultad, se acciona desde el móvil. ¡Uf! Lo que te vas a encontrar suele ser otro misterio que, en ocasiones, no coincide con las fotos que has visto en la página web o, directamente, no reúne condiciones de habitabilidad.
Lo que hay que tener claro es que todo son trámites por internet sin que, en ningún momento, haya una persona física que te atienda. Si, por cualquier contrariedad, no tienes operativo el móvil te quedas sin poder dormir. Y es que, mayoritariamente, quien alquila es quien hace todo el trabajo de gestión para el que, además, hay plazos que si te los saltas tienes que volver a empezar. No hay servicio. Este es el modelo adoptado hoy en día por las administraciones y las entidades privadas con las que tienes que interactuar: poner a trabajar al usuario para reducir el número de trabajadores.
Explotar estos apartamentos se ha convertido en una profesión floreciente, gente avispada –emprendedora, la llaman– que han puesto en alquiler miles de habitáculos en los centros de nuestras ciudades, en una actividad fuera de control sin límites ni regulación clara. Se puede ser un empresario de éxito trabajando desde donde quieras, simplemente echando un ojo de vez en cuando al móvil y enviando a alguien que cambie las sábanas y limpie. Un negocio que está consiguiendo dos efectos demoledores: atestar nuestras urbes sin criterio y expulsar de ellas a la población autóctona, ya que el alquiler tradicional no puede competir con esta verdadera gallina de oro que es el turismo ad libitum.
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