Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
En este país de trincheras el deporte nacional es el prejuicio, casi siempre alentado por la ordinariez política. Hubo un día en el que la sociedad se enfrentaba a la realidad con el afán de conocer y saber más para ir así edificando, poco a poco, un discurso, consciente de que la verdad absoluta solo es propia de fanáticos. Hoy, en cambio, se nace con el discurso ya construido: a los maños recién alumbrados les dan un piso en Salou; a los gallegos, un pase VIP para los colegios mayores de Madrid; a los andaluces, el ticket de la cola del INEM; y a toda España, un relato que defenderá hasta que la diñe.
Esta idiosincrasia nacional emergió pura en todas sus dimensiones cuando en septiembre Jordi Évole presentó en San Sebastián su entrevista al etarra Josu Ternera. Diversos intelectuales merecidamente admirados dijeron que no hacía falta ver el documental para condenarlo. Qué pena, carajo, que aquellos que deberían estar enamorados de la libertad y el desarrollo del pensamiento flirteen con la limitación del conocimiento.
No me llame Ternera, ya en Netflix, es un documento valioso por un par de razones. La más importante de todas es que sobre la hora y cuarenta minutos que dura la entrevista prevalecen los 15 minutos que en pantalla sale Francisco Ruiz, víctima del atentado contra el alcalde de Galdácano en 1976, en el que participó el exdirigente de ETA. Su testimonio, sus silencios y sus gestos anulan la berrea del terrorista y le hacen el trabajo a Évole, que lo remata con preguntas oportunas. La segunda razón tiene que ver con el descubrimiento: detrás del mal solo hay vulgaridad.
Ternera aparece como un hombre incapaz de defender con dinamismo sus ideas, obsesionado con un lenguaje pseudomilitar absurdo, con aires de abusón troglodita y tremendamente limitado por la inteligencia que dan la pólvora y la dinamita. Detrás del más simbólico de los dirigentes de ETA no hay nada, solo un tipo simplón con flemas en la garganta, que tose con frecuencia y que no sabe encadenar dos frases seguidas sin titubear. Un hombre al que no se podría blanquear ni aunque se quisiera, porque sus cínicas disculpas van acompañadas de ese ‘pero’ revelador que convierte al racista en racista, al machista en machista y al terrorista en terrorista.
Los médicos de cabecera recomiendan que en Navidad solo hablemos de lo mucho que nos queremos. Que se peinen. Adoro el debate, me cierra los poros. Estas fiestas quiero conversar sobre el documental de Ternera en largas sobremesas con gin tonacos y que se me lengüe la traba. No dudo de que muchos acabarán haciéndolo. No estaría de más, eso sí, que se viese la entrevista para hacer algo muy revolucionario: que sea nuestra voz la que hable, no la de los que acuden cada día al Congreso de los Diputados.
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