Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Es imposible escribir un artículo de opinión y abstraerse de la barbarie ocurrida el viernes pasado en aguas de Barbate entre narcotraficantes, en una lancha ultraligera con dos motores que para sí quisieran los Ferrari, y una zodiac raquítica en la que cumplían con sus labores de vigilancia y seguridad cuatro guardias civiles. En esas condiciones, mandados a morir. No es este un accidente laboral al uso, porque no es accidental que una lancha encare a una zodiac y embista más de una vez a unos hombres con el firme propósito de matar.
Reconozco no haber podido ver el vídeo completo del asesinato a sangre fría y solo el inicio de los corifeos inmorales que desde la orilla gritaban, como en un anfiteatro romano, a los maleantes para que rematasen su labor. Congoja por ellos y sus familiares; asco profundo por ver hasta qué punto se puede encanallar una persona para realizar o aplaudir la vileza de un crimen como este.
Sin poder quitarme esta sensación sucia que creo comparten la inmensa mayoría de campogibraltareños, y gaditanos de la costa, porque este caso se ha dado en nuestra provincia, lo siguiente que pienso es ¿por qué aquí? Las drogas y su consumo se expanden por todo el mundo, y llegan a todas las capas sociales, pero las puertas de entrada, en este caso Europa, se hallan en las costas peninsulares, España y Portugal. Y es en los lugares más desfavorecidos económicamente donde se arraigan con más virulencia, y me temo que tendrán un límite de no retorno cuando la implicación de la población sea de pertenencia a estos grupos de bandidaje, tomando al pie de la letra la frase maquiavélica “del fin justifica los medios”, obtener dinero, aunque eso sea entrar en el submundo de los asesinatos, revanchas y ajustes de cuentas entre ellos, es decir en la pérdida absoluta de los valores éticos universales, y en la victoria de la Economía Sumergida.
Llegar a ella, a esa E.S, que no siempre tiene que ver con la criminalidad, pero sí con la escasez de recursos y desarrollo de las distintas zonas donde se vive, no escapa solo a la podredumbre moral, aunque son muchas las personas que viven compartiendo espacio y sin embargo mantienen los valores del esfuerzo, trabajo y conciencia social, sino que recae de pleno en aquellos que son gestores económicos y políticos, incapaces de diseñar un programa de desarrollo económico que llegue a todos, sin precariedad, y aleje sobre todo a los jóvenes que deben entrar en un mercado laboral, de aspirar a ser “los padrinos” de un entramado podrido. Por si no lo han pensado ustedes, se los digo yo, ante la inoperancia, Dimisión.
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