Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Tras el fallecimiento de Rodrigo Manrique su hijo Jorge concluyó una de las más famosas elegías de nuestra lengua. En coplas de pie quebrado, compuso unos versos rotos por la muerte que han permanecido en la memoria colectiva con la pervivencia de las plantas bien arraigadas. Los ríos que iban a dar a la mar y la reflexión de que cualquier tiempo pasado fue mejor se han convertido en referentes y tópicos que han tenido en la nostalgia su razón de ser.
Cuando se han cruzado demasiados ecuadores acecha la añoranza de un pasado que transporta a décadas recreadas en las que el tiempo se conjugaba solo en futuro y parecía no tener fin. Añoramos el paisaje armónico donde dimos nuestros primeros pasos, la ciudad a la que el mar lamía los cimientos y rondaba ventanas traseras que temían al levante con el poso de los azotes sin tregua. Recordamos los primeros intentos por adecentar la fachada marítima de una Algeciras acostumbrada a vivir de espaldas a él por temor, por desidia o incluso por costumbre.
A mediados de los cincuenta del siglo pasado, el progreso del puerto hizo necesaria la construcción de una vía rápida que le diera salida y pusiera en comunicación la Marina con la entrada norte de la urbe, donde una columna triunfal con la imagen de la patrona presidía los primeros ensanches del Mirador. Esta avenida fue el germen de un paseo Marítimo que puso en evidencia la trasera de una ciudad que se asomaba al mar tras muros, murillos y barrancos innobles. El consistorio de la época, consciente del valor del nuevo espacio, puso en comunicación el corazón de Algeciras, la plaza Alta, con esta nueva calzada. Para ello se derribó el café de la Taurina, se dejó exenta por su lado norte la capilla de Europa y se construyó una monumental escalinata a la que se asomaba la espalda de su espadaña y la torre de la Palma con la altiva prestancia de los volúmenes plenos de equilibrio. Cantos rodados, taludes de arenisca, rampas elípticas y escalones fueron paseo y palco en tiempos en los que el aire marino llegaba hasta las palmeras de la plaza con la facilidad de los espacios contiguos. Sin embargo, la vieja armonía fue dando paso a desproporcionados edificios que encajonaron el lugar dejando apenas un pasillo por el que la torre se asoma al mar de puntillas. La escalinata fue derribada, los cimientos de los altivos edificios se resintieron, se construyó un aparcamiento con unos anexos que tienen que volver a ser derribados, mientras estamos a la espera de nuevos concursos de ideas. Vuelven a resonar los versos de Manrique sobre un río sepulto, un mar cada día más lejano y unos escalones tapiados, después de tantos despropósitos, tantos derribos y tantos ecuadores cruzados.
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