Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
La condena de una acción no significa la aprobación de la contraria. Un sencillo ejemplo de lógica que no parecen entender muchas personas desde que se produjo el infame ataque terrorista de Hamás a civiles israelíes y turistas. La falsa dicotomía que se plantea estos días es: si condenas los crímenes de guerra de Israel en Gaza eres pro-terrorista; si condenas lo que hizo Hamás defiendes los crímenes de guerra.
Los partidarios de dar respuestas facilonas a preguntas complejas se vanaglorian de tener la Verdad. Señalan a viva voz que eres X o Y, como si fueran hooligans de fútbol y no se estuviera hablando de la vida de civiles. Además, durante todo el discurso cruzado de odio el “enemigo” queda reducido a una caricatura inmutable, con el que no se puede dialogar. De este modo, el israelí es un creyente judío y partidario de las políticas de Netanyahu y el palestino es un musulmán partidario de Hamás. Todos iguales, sin excepción.
Me niego a compartir esta mirada absurda y simplista de la situación. El crítico literario George Steiner se preguntaba qué sofisma podía invocar un israelí no creyente en la promesa de Dios a Abraham para instalarse en Palestina. El filósofo Michael Walzer aboga por una federación de judíos y árabes que incluya a Jordania. El historiador Avi Shlaim acusa a Occidente de ser cómplice de los ataques de Israel a Gaza. El historiador Omer Bartov critica abiertamente a Netanhayu como responsable de haber ninguneado a la Autoridad Palestina y favorecido a Hamás para poder argumentar que no se puede dialogar con los palestinos. Todos son judíos con opiniones distintas y contrarias a las políticas de apartheid, colonización y los crímenes de guerra actuales en Gaza de Netanyahu.
Defender con argumentos la postura del diálogo como solución ha servido para que en distintas discusiones me acusen de traidor, iluso, idealista o tibio. Yo prefiero decir que es un enfoque complejo pero necesario, dominado por el espíritu de los Acuerdos de Oslo de 1993. El mundo sería mejor si en las cadenas de mando hubiesen más ilusos, gente que no se conformase con la respuesta reduccionista y sencilla. El terrorismo, los ataques a civiles, la colonización y el apartheid deben desaparecer de un territorio que lleva castigado demasiado tiempo. La justicia y el diálogo es necesaria para ambos pueblos. La paz es posible, solo hay que creer en ella.
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