Estrellas y estrellados

27 de junio 2023 - 00:00

Hace muchos años, siendo yo estudiante de Historia en Sevilla, conocí a un palestino nacido en el destierro en Jordania, de padres bien situados económicamente, por lo que pudo hacer su sueño, estudiar Medicina. La ilusión de Mohamed era ejercer su profesión en la Palestina ya ocupada y aún sin ese muro vergonzoso levantado por el gobierno sionista, que no quieren todos los israelíes. Comentaba yo, subiendo en un ascensor junto a él y otro amigo mi situación familiar tan delicada, con mis suegros ambos con cáncer y sin apenas tiempo para estudiar. Hice un comentario desafortunado; le dije “hay gentes que nacen con estrella y otros, estrellados”. Él juicioso y sereno me contestó: “Mujer, y entonces ¿qué esperanza tendría mi pueblo?”

Lo he recordado muchas veces. Perdimos el contacto y no sé nada de su vida. Siempre que pienso en la masacre de Sabra y Shatila, en 1982, pienso si él estaba allí, en alguno de los campos de refugiados palestinos. Muertos a tiros los más indefensos junto a los médicos que les ayudaban. Y cuando leo en la prensa calamidades semejantes, como las de los ahogados que desde África, forzados por el hambre o la persecución política y social, mueren en las aguas cálidas del Mediterráneo de Ulises o en las frías aguas atlánticas, algo en mi interior se desgarra y grita.

Por eso, aunque sienta la muerte de cualquier humano, me embarga la rabia cuando leo, veo y escucho decenas de reportajes de esta semana, en el que cuentan la tragedia del submarino Titán, al que barcos de varias nacionalidades, aviones, drones… han ido de inmediato a buscar. Cinco aventureros millonarios en un viaje, el más difícil todavía, para contemplar a 4.000m de profundidad los restos del hundido Titanic. Allí, en 1909, quedaron los restos mezclados de ricos y pobres y el barco que nació para ser insumergible. Y se hundió. Estos nuevos muertos, curiosos ellos ante las tragedias de otros, quizás no hubieran escrito una página en el obituario tan pronto, si ese dinero suyo y de los demás hubieran servido para socorrer a los estrellados de la Tierra. Los ahogados en nuestros mares son muertos anónimos, con solo la ayuda desinteresada de gente que se duele de la desgracia de los desharrapados de la Tierra.

Y es que solo la solidaridad de otro semejante, como la de mi amigo Paco cuando lanza el salvavidas de “sigue escribiendo”, justifica nuestra existencia.

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