Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Ahora es ella, esa que no tiene rostro, ni emociones ni siquiera un carné de identidad, la que nos vuelve a colgar el sambenito por enésima vez. Ella, la Inteligencia Artificial (IA), es ahora la responsable de volver a poner a Algeciras en el número uno del ranking de las ciudades más feas de Andalucía, a su juicio, si lo tuviere.
Desde luego, si a eso dedicamos los esfuerzos tecnológicos, no necesitamos más. Acapara ella, la IA, ahora las portadas de los informativos, con ojos de película de miedo y recubrimiento de piel de muñeca de silicona, como quien no quiere la cosa, con medio cerebro al aire. Acecha ella nuestros movimientos, sabe a qué hora te levantas, qué compras por internet o si viajarás próximamente. No sé si miedo, pero desde luego control sí que ejercen ellas, las tecnologías, las máquinas, sobre nuestras pequeñas vidas llenas de prisas, de necesidades creadas y de absurdos objetos que acaban arrumbados por todos los rincones de nuestras casas y apilados, luego, en toneladas de basura, para en algunos casos, volver a empezar.
En medio de esta rueda, que rueda y rueda, la IA también viene vestida con su carita amable con cofia de enfermera de película de López Vázquez y una mano tendida a la terrible levedad del ser humano; a la solución mágica de los problemas de salud, que cada día encuentran en ella el alivio de la esperanza. Un sentimiento de lo más humano y el fin más puro para el que pueda aplicarse el desarrollo tecnológico.
Pero, jugar a parecerse a Dios no es gratuito y, como en las películas más alucinantes de ciencia ficción, parece que se les fue la mano y la tecnología se vuelve contra el creador. En fin, que todo esto tras una pandemia, no ayuda mucho a quedarse tranquilo.
Todo puede ser. Sólo que la IA, aún no es capaz de crear un paisaje, un atardecer, un gorrión que salta de un árbol o un niño que nace del vientre de una madre. No. Jugamos a ser creadores, pero no llegamos ni por asomo a construir con nuestras manos o nuestra inteligencia, natural o artificial, la belleza de un mundo que nos es prestado. Sólo sé que prestar la más mínima atención al criterio de una mente artificial para valorar la belleza de cualquier elemento del universo es dar demasiada concesión a un algoritmo. Ella, la IA, no tiene criterio, capacidad ni juicio para evaluar la belleza de esta Algeciras mía, porque no puede pasear por su parque, ni reconocer sus aromas. No puede navegar por su bahía sintiendo la brisa del mar entre los delfines. No puede caminar descalza por la playa del Rinconcillo ni oír las campanadas de la Palma a eso de las doce. Otorgar a la IA la capacidad de evaluar la belleza es darle un poder del que sólo disponemos nosotros, los humanos. De modo que, fea tú.
También te puede interesar
Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Por montera
Mariló Montero
Los tickets