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Cuando el fútbol era fútbol e Inglaterra era Inglaterra, tuve la suerte de ver en directo algunos partidos en aquellos legendarios campos ingleses con sus fachadas de ladrillo visto y los bobbys controlando el exceso de alcohol en los aficionados visitantes. Uno de los jugadores que mejor recuerdo es John Barnes, el extremo del Liverpool, internacional en aquella selección de Lineker, Gascoigne y compañía. Pese a su calidad y carisma, el color de su piel le traía problemas en casi todos los desplazamientos, y daba grima ver el dantesco espectáculo de todo un córner lleno de cáscaras de plátanos cada vez que nuestro hombre acudía resignado hasta allí para sacar de esquina. Aún recuerdo como rugía el graderío local (dirty, north and bastard!) cada vez que los equipos del norte venían a jugar a Londres. El clasismo y la segregación social siempre han convivido, de alguna manera, con el fútbol, siendo el racismo el último escalón de los más bajos sentimientos azuzados por la natural tendencia cruel de la plebe.
Afortunadamente, esta lacra ha ido disminuyendo en el mundo del deporte en general y el fútbol en particular, paradójicamente ayudados por la deriva mercantilista que se viene observando en este último. Hoy día el fútbol es, sobre todo, una industria más del entretenimiento, un espectáculo de vocación claramente televisiva y universal donde los insultos y las actitudes agresivas o soeces están simplemente fuera de lugar, y son firmemente perseguidos. Por eso mismo es tan permeable a la nueva realidad de los pujantes movimientos sociales con amplio apoyo institucional y mediático, a todos los niveles.
El domingo, un jugador sevillano del Cádiz fue acusado de llamar "negro de mierda" a otro del Valencia, provocando el amago de retirada del equipo y la posterior polémica generosamente expandida por los medios. Afortunadamente para él, no hay una sola imagen que confirme la veracidad del insulto, pues lo que hace unos años no pasaría de un rifirrafe más o menos grosero de los muchos que se producen en la cancha, hoy ha podido costarle su carrera profesional. A los que hemos crecido yendo al estadio cada domingo toda esta polémica descontextualizada de su origen nos parece, con perdón, un poco exagerada, pero no queda otra que adaptarse a los designios de esta sociedad bienpensante tan poco futbolera, si no queremos quedarnos en fuera de juego.
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