Me ha llamado poderosamente la atención la entrevista al antiguo ministro de Asuntos Exteriores García-Margallo publicado en este diario el pasado domingo. En ella afirmaba el posiblemente peor ministro de Exteriores de la democracia española (en pugna con la socialista Trinidad Jiménez) que “España está vendiendo la soberanía de Gibraltar por un plato de lentejas”.

Es curioso que cuando la Junta de Andalucía y los alcaldes de la comarca denuncian la falta de información del contenido del proceso negociador, el sr. Margallo dispone de toda la información necesaria para poder opinar. Resulta que no se está negociando un tratado internacional sino un aburrido contrato civil de compraventa. Además, al parecer, se pretende vender algo cuya propiedad no se tiene (soberanía). ¡Vaya error tan grave de la delegación española! Hubieran merecido un suspenso en primero de su carrera de Derecho. Además, el precio a pagar no es un plato de alubias o garbanzos. Nos aclara con detalle el antiguo ministro que se trata, nada más ni nada menos, que de lentejas. Ahora bien, no nos aclara si con chorizo o sin él. Son los secretos de la negociación.

Bromas aparte, lo realmente preocupante es la percepción de que si el principal partido de la oposición llegara al poder antes del final del proceso negociador (y todo es posible en estos tiempos turbulentos de la política española) probablemente haría lo posible para que no llegase a su fin. El pasado reciente nos muestra la inexistencia de una política de Estado sobre Gibraltar y que el nefasto período de Margallo como ministro fue una muestra de la utilización de las controversias sobre Gibraltar para contentar a los sectores más extremistas. Recordemos que a él se debe una de las decisiones más erróneas de política exterior sobre Gibraltar, el cierre del Instituto Cervantes, una institución que desempeñaba un papel central en la defensa de la cultura española a través del idioma.

Con él llego también el cierre del Foro tripartito de Diálogo, marco de tratamiento de problemas transfronterizos que permitió soluciones a pensionistas españoles o el uso del aeropuerto de Gibraltar para vuelos desde aeropuertos españoles. Margallo sustituyó la política de diálogo por la política de hooliganismo y matonismo. Suya es una indecente catarata de improperios e insultos que crisparon y tensionaron las relaciones con Gibraltar. Suya es también la chapucera propuesta de cosoberanía, plagada de graves errores jurídicos y planteada sin negociación de una forma desastrosa, impropia de un ministro de Exteriores.

Esperemos que pronto podamos conocer más detalles de la negociación sobre Gibraltar para valorar si va en la buena dirección. En cualquier caso, lo que necesitamos es diálogo y no el matonismo de los tiempos de Margallo.

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