El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
El Gobierno de Reino Unido ha vuelto a las andadas con los tres recientes incidentes provocados por patrulleras de la Royal Navy (RN) en aguas cercanas a Gibraltar: han sido dos episodios de hostigamiento, a una embarcación de Aduanas cuando auxiliaba a un velero en apuros y a un barco adscrito al Instituto Español de Oceanografía, unido a unas prácticas de tiro en aguas territoriales españolas sin previo aviso. No son formas y, obviamente, tampoco son signo precisamente de buena voluntad cuando desde uno y otro lado se apuesta por crear el tan traído y llevado espacio de prosperidad compartida, sin una Verja que separe al Peñón de La Línea de la Concepción. Desde que el pasado día 2 concluyó la quinta ronda de negociaciones sobre la relación futura de Gibraltar con los 27, las únicas aproximaciones públicas de Reino Unido a España han sido las de las proas de las embarcaciones militares británicas, embistiendo a las españolas. Solo la pericia y gran profesionalidad de los agentes españoles de la Guardia Civil y de Vigilancia Aduanera han evitado hasta ahora que esas provocaciones y otras anteriores hayan pasado a mayores.
El acuerdo entre la Comisión Europea y Reino Unido se antoja complicado, no tanto por las inoportunas, peligrosas y estúpidas bravuconadas de la RN, sino por la negativa británica a aceptar un consenso en torno a temas como el control de las fronteras (en el puerto y el aeropuerto llanitos), la aceptación de la legislación europea o la armonización fiscal. Si se ha llegado a este punto, como bien recuerda el ministro Albares, es porque Reino Unido decidió mediante referéndum apartase de la Unión Europea, arrastrando consigo a Gibraltar. El Brexit no fue un deseo de España y, por lo tanto, no se puede depositar sobre nuestro país la responsabilidad de sus consecuencias negativas, más bien al contrario. Un ejemplo: que los controles en la Verja se mantengan tan laxos como los conocemos en la actualidad, para que el paso de las personas y los vehículos sea fluido, depende tan solo de la buena voluntad de España, ya que en ninguna otra frontera exterior de la UE se da una circunstancia similar. El problema lo han causado los británicos (o "los ingleses", como diría un llanito) y, en lugar de querer imponer las nuevas reglas del juego al resto de los jugadores, deben ser ellos quienes más empeño pongan para encontrar una solución al estropicio. Tras cinco meses de tira y afloja, la próxima ronda de negociaciones, la sexta, debería servir para dejar de marear la perdiz y cerrar un compromiso que sea útil para lo realmente importante: las personas.
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