Ojo del muelle
Rafa Máiquez
Ya tenemos el lío formado
Llegó a mis manos, por casualidad, una foto en blanco y negro de un tentadero celebrado en la finca del Cortijo La Doctora, propiedad del matador de toros Miguel Mateo "Miguelín". Se reconoce el lugar por el hierro dibujado sobre el burladero encalado. Tras éste, se asoman varios personajes singulares: el propio "Miguelín" junto a Carlos Corbacho, Victoriano Mera, Antonio Quirós, Juan Jiménez Alarcón, Antonio Sánchez, El Bori y Paco de Lucía. Todos tienen la mirada clavada en quien pega un pase de pecho a una becerra en la plaza de tientas: Camarón de la Isla.
Él y Paco de Lucía andaban enzarzados en la grabación de "La leyenda del tiempo" (1979), el disco que adentró el flamenco en la modernidad, el que abrió la puerta a las fusiones y agrandó el mito del artista de San Fernando. Y, probablemente, se fueron a inspirarse a la finca de Miguelín, con quién mejor. Flamenco y toros, hermanos de bohemia encarnada en algunos pocos genios al margen de lo convencional. Miguel Mateo y José Monge. Uno, en el burladero, descamisado, hippie a su algecireña manera, matador poderoso contra la corriente, contempla al otro artista, que, con la becerra, se acordó de aquellos años en los que soñaba con ser torero antes que cantaor. "Me dieron una ocasión / Pa salir a torear / Se me quitó toa la afición / No lo quiero recordar".
Acertó el gitano a la hora de cambiar de camino, pero su innato espíritu expresivo se asoma también en la forma de aguantar a esa vaca que hace un surco de tierra, como una estela de barco a motor por la Bahía de Algeciras, mientras el genio del cante le levanta la mano. Otro tipo de surcos iba a hacer su propia voz sobre el vinilo, acompañada de roqueros bajos eléctricos, de jazzísticos saxos, de sítares indios, de letras lorquianas, para dar un paso adelante que ni entendieron los flamencólicos ni nadie compró en su momento. Posiblemente sus buenos amigos José María Manzanares padre, Curro Romero y "Miguelín" le comprendían mejor que muchos músicos.
Paco de Lucía, que no participó en aquel "pecado taurino" en La Doctora, mira absorto cómo torea su eterno compañero de silla de enea y escenario. Y un fotógrafo -creo que Ruano- espera el momento en que Camarón, como si todavía calentara la voz, se rompa de una vez con la vaca para sacar la imagen del muletazo que, para mayor desorientación del auditorio, iba a ilustrar la contraportada de ese disco que marcó un antes y un después.
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