Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
En 1635 Pedro Calderón de la Barca concluyó la segunda jornada de La vida es sueño con el famoso monólogo de Segismundo que da nombre a la obra. Después de haber pasado encerrado en una torre toda una vida marcada por funestos oráculos y perversos engaños, su padre, el rey Basilio, decidió ponerlo en libertad para comprobar la validez de los augurios. Tras el violento comportamiento del heredero, el monarca lo volvió a encarcelar y le hizo ver que su experiencia en el exterior de la mazmorra no fue más que un sueño, y que la realidad se circunscribía a los sólidos muros de su prisión. Es entonces cuando el protagonista enhebra un soliloquio que ha vencido al tiempo y a las modas:
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
La mañana del cinco de enero es una mañana alegre en la ciudad. La más alegre, quizás. Miles de niños recorren suelos de asfalto, zahorra, losas de granito, solerías hidráulicas y algún que otro adoquín testimonial arrastrando ruido, un ruido metálico de metal barato y abollado que no entiende de decibelios, sino de ilusiones que hemos forjado en su mente infantil. Algeciras se convierte en un escenario sonoro y grandioso donde cortos brazos y breves manos sostienen cuerdas de andar por casa donde se atan latas de refrescos, alguna que otra sartén vieja y hasta altivas estructuras que retan la proporción de miradas candorosas. Miradas que hacen ruido con la ingenuidad de los primeros años, con el anhelo de lo que está por venir, con la esperanza de una noche donde tres magos de oriente serán capaces de dar forma a unos deseos que tienen la limpieza de la primera luz y la seguridad de tantos mundos por descubrir.
Desde los pagos de la antigua Perseverancia, una muchedumbre de críos desciende el ancho y olvidado Calvario y llega al remanso del Parque alborotando las ramas de los plátanos y los trinos de los pájaros. Tras bajar junto a muros medievales se divisa un llano y un mar apenas presentido a cuyas orillas acude en masa todo un pueblo que se reconcilia con él en esta mañana de estruendos. La ciudad recobra la ilusión al menos por unas horas, las que dura el sonido de las latas sobre el asfalto, la zahorra, el granito y algún que otro adoquín. Algeciras se identifica con la candidez y la esperanza de las manos infantiles que arrastran latas y por unos momentos aparta funestos oráculos y perversos engaños, maniqueísmos atroces y falsas quimeras que acechan las modernas torres y mazmorras donde tantos segismundos permanecen encerrados confundiendo la vida con el sueño y diluyendo el engaño en la ilusión.
Aprendamos hoy de los niños.
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