Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Desde mi córner
Pascuas navideñas como paramera insoportable para los que profesamos la fe futbolística. Ya sé que es un pensamiento recurrente que no falta en estas fechas un año tras otro, pero es que miro a los inventores de este juego y siento envidia. La falta de fútbol nos crea un síndrome de abstinencia considerable y la sensación de que algo, o mucho, estamos haciendo mal privando a esa multitud que sigue el fútbol sin su distracción preferida.
Es este tiempo navideño, espacio vacacional en los colegios, con lo que los niños podrían ir a los estadios de la mano de sus padres. Es el momento ideal para la creación de proselitismo, ya que lo habitual en la temporada es el partido nocturno que dificulta la asistencia de ese niño que ha de madrugar sólo horas después de que el partido finalice. Y los ingleses decidieron hace un siglo celebrar el Boxing Day, día dedicado al regalo y uno de ellos es que hoy haya fútbol.
Reconozco que el calendario está sobrecargado y que los futbolistas necesitan parar, incluso están en su derecho de parar cuando el resto del mundo para. Es más, la globalización imperante lleva acarreada la necesidad de que los futbolistas, migrantes de lujo, paren para ir a sus países de origen respectivos y pasar la Navidad en familia, algo que le está vedado a la gran cantidad de migrantes que nutren la Premier. Claro que eso va en el sueldo.
El parón aquí no es de siempre, pues un servidor vio una vez cómo el Sevilla de Cardo tomaba las uvas sobre la nieve de Béjar tras jugar en El Helmántico o como el Betis de Quino y Rogelio las tomaba en el coche cama de Bilbao a Madrid. O sea que todo ha pasad, pero la realidad es que se trata de unas fechas desperdiciadas cuando el parón podría ser en otro momento. O, quizás mejor, aliviar ese calendario repleto de partidos con el único fin de hacer caja. Boxing day, please.
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