
La ciudad y los días
Carlos Colón
Relato contra realidad
Cuchillo sin filo
PARÍS no se acaba nunca. Tiene razón Vila-Matas. En París acaba el último de los doce cuentos que Gabriel García Márquez incluyó en su antología del 92 Doce cuentos peregrinos, el tristísimo El rastro de tu sangre en la nieve. En París transcurre la acción de Cartas de mamá, la intrigante historia del primero de los cinco cuentos que Julio Cortázar incluyó en 1959 en Las armas secretas. Una antología de cuentos que incluye dos monumentos del género, Las babas del diablo, que Antonioni adaptó al cine con el título de Blow Up, y El perseguidor, una historia de jazz que dedicó al saxofonista Charlie Parker.
He ido a París sin moverme de Ayamonte en este tránsito de García Márquez a Cortázar. Puente literario en puertas de que el 26 de agosto se cumpla el siglo del nacimiento del argentino en Bruselas. Circunstancia que le obligó a pasar sus primeros cuatro años de vida, los que coincidieron con la Primera Guerra Mundial, lejos de la Buenos Aires de donde llegan las cartas a la madre del cuento.
En los cuentos de García Márquez suena música de Vinicious de Moraes, Brassens y Puccini. Hay dos personajes, un hombre y una mujer, que con distintos motivos y en diferentes relatos, llegan a Roma con la intención de que el Santo Padre los reciba en audiencia. A Gabo le fascina Barcelona, a la que en uno de sus cuentos llega en barco desde Nápoles nada menos que Pablo Neruda. En Nápoles desembarca una viuda que tomó el barco en Buenos Aires, remite de las cartas de la mamá de Cortázar. En los dos últimos cuentos del Nobel colombiano hay un trasiego de Cartagena de Indias a Madrid, con sendas referencias a la sierra de Guadarrama donde los poetas del 27 se daban chutes de longevidad.
En los cuentos de Cortázar hay mucho cine (Barbara Stanwyck, Tyrone Power, James Dean, Fernandel) y en todos los de García Márquez, y no sólo como herramienta de lectura, aparecen periódicos. En un periódico de agosto, mes en el que transcurren sus relatos Espantos de agosto, Diecisiete ingleses envenenados y El verano feliz de la señora Forbes, encontré una historia que era como un cuento apócrifo de García Márquez: tres marineros del buque escuela Juan Sebastián Elcano recibieron en el puerto de Cartagena de Indias un cargamento de cocaína que entregaron a narcos colombianos en Nueva York. Una marinera que se salió del cuento descubrió el resto de la mercancía en una ronda rutinaria en La Carraca.
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