Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
No somos contrarios al desdoblamiento léxico, esa tendencia a mencionar expresamente a los dos géneros: "andaluces y andaluzas", "niños y niñas" y así hasta el infinito. Aunque algunos creen que es algo nuevo, quienes han trabajado con documentos medievales o de los siglos XVI y XVII saben que era algo muy normal en aquellas épocas. Carmen Calvo, especialmente rigorista en el uso de esta moda, está más cerca de la tradición castiza española de lo que se cree. Después vino el XVIII, la Real Academia Española y la idea de poner orden en esa fecunda y desordenada maraña que era el castellano, un latín degradado en extremo que, en sus primeros vagidos, había producido milagros como Berceo, el hombre que, con formalidad de caballero provinciano, llamaba de don a Cristo.
La Real Academia Española fue y sigue siendo un gran invento. Su obsesión reglamentista puede resultar a veces un tanto aburrida, fastidiosa y elitista, pero gracias a esta se ha conseguido que el español llegue al siglo XXI siendo una lengua unitaria hablada por más de 400 millones de habitantes. Hoy se puede viajar desde la Alta California hasta Tierra de Fuego sin apearse del castellano gracias al esfuerzo de esos estirados académicos que no paran de pulir y dar esplendor a las palabras, como esos capillitas que se pasan la vida limpiando plata en sus casas de hermandad. Sin embargo, con los académicos hay que hacer como con los curas -según me enseñaron en mi niñez-: escucharlos y respetarlos, pero no hacerles caso siempre.
El desdoblamiento léxico responde a una realidad ineludible: el final de la primacía del hombre en las esferas pública y privada o, lo que es lo mismo, la liberación de la mujer. Se puede ser más o menos machirulo, pero no comprender que esta revolución -que está cambiando nuestro mundo con la fuerza del Neolítico- tiene inevitables consecuencias en la lengua es no comprender nada. Cierto es que formas como el "andaluces y andaluzas" son artificiosas e innecesarias desde el punto de vista lingüístico, como defiende la Academia, pero también lo son otras muchas que no merecen su censura. Lo importante es no hacer el ridículo, limitar esta práctica a las retóricas institucionales y protocolarias de ministros y sindicalistas. Parece claro que si un padre de familia numerosa le dice a su mujer: "yo recojo a los niños y las niñas", está haciendo el carajote. Pero si afirma, "yo recojo a los niños, niñas y niñes", como propone la sobreactuada ministra Irene Montero, está haciendo el carajote al cuadrado.
También te puede interesar
Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Por montera
Mariló Montero
Los tickets