Su propio afán
Enrique García-Máiquez
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Una vez ha concluida la Navidad, quizá sea el momento de dedicarle un momento a otro personaje tan fundamental en el cristianismo como Jesús para poder escenificar la lucha entre el bien y el mal: el demonio. En 2024 se cumplen los cincuenta años de la llegada a las pantallas de una de las tres películas (las otras dos son La semilla del diablo y La profecía) que mejor han retratado el poderío de Satanás: El exorcista. En 1974, William Friedkin que acababa de triunfar en los premios Oscar con la película The French Conection, abordó la tarea de llevar al cine la novela de William Peter Blatty El Exorcista. El resultado fue una obra maestra que cambiaría para siempre el cine de terror.
La película comienza con unas excavaciones en Irak, donde el sacerdote y arqueólogo Lankester Merrin (Max von Sydow) encuentra un amuleto de Pazuzu, un demonio a quien el padre Merrin había expulsado de una persona poseída tiempo atrás. Mientras en Washington, la madre de Regan (Linda Blair) una niña de 12 años empieza a notar un comportamiento inusual y errático en su hija que los médicos diagnostican como psicosis. Cuando todas las explicaciones medicas se agotan, la madre recurre a un sacerdote, el padre Damien Karras, para que a la niña se le practique un exorcismo. En principio Karras es escéptico respecto a que la niña ha sido poseída al invocar al demonio jugando a la Ouija. Al comprobar la terrible transformación de Regan, el padre Karras recurre al padre Merrin para que efectúe el exorcismo.
Una gran parte de la película recoge la batalla de los dos sacerdotes contra el poderoso demonio que ha poseído a la niña. En su lucha por liberar a Regan ambos padres mueren, pero Karras logra sacar a Pazuzu de ella provocándole para que lo posea a él mismo y lanzándose a continuación por la ventana para evitar ser el nuevo vehículo del demonio. Nadie que vea la película puede sustraerse a la insana atmósfera que parece rodear al demonio y son muchas las escenas que permanecen para siempre grabadas en la memoria de los espectadores, desde el giro de 360 grados de la cabeza a aquella otra –quizá la más polémica– en que la niña poseída aparece masturbándose con un crucifijo.
Sin embargo, la más icónica de sus secuencias es llegada del padre Merrin. Es de noche, se baja de un taxi y con su maletín en la mano, se para frente a la casa recortada su silueta por la luz difuminada por la niebla que sale del cuarto de Regan. De fondo suena la hipnótica música de Tubular bells. Sin necesidad de que se explicite, el espectador entiende que el demonio sabe que ha llegado el contrincante que estaba esperando.
Aunque la película obtuvo el respaldo de la Iglesia por su afirmación del poder de la fe, Pablo VI dijo al respecto: “Por alguna fisura ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”.
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