La otra orilla
La lista
No voy a hablar de Pablo Iglesias. Antes de 2014 uno buscaba Podemos en Google y le salía el vídeo promocional de la Eurocopa de 2008. Ahí estaban Víctor Ullate, Juanma Castaño, Carlos Martínez, Nico Abad, Pablo Motos y Paula Vázquez arengando a los televidentes. Una delicia solo a la altura de la cutrez de los años 2000. Pero le tenía cariño a esa proclama remilgada de libreta de Mr. Wonderfull porque fue el preludio del cambio de la manera de ver a España.
Antes de aquello había una generación entera que se sentaba frente al televisor sin expectativas. Recuerdo mi llanto desconsolado cuando la selección no pasó de grupos en la Eurocopa de 2004. Portugal la eliminó, y mi padre apagó el televisor y se puso a leer un libro con la impasibilidad que otorga la costumbre. Pero a partir de 2008 el pueblo español comenzó a adquirir la respuesta emocional de la frustración.
Cuando Luis de la Fuente dio la lista para esta Eurocopa le dije a Olimpia, en un arrebato de análisis profundísimo, que teníamos un equipo de mierda. Ella, sanamente alejada del fútbol, manifestó su extrañeza porque creía que España siempre era la mejor. Le insté a que le dijera eso a su padre, que se iba a descojonar. Su respuesta me hizo pensar en el contraste de visiones que viste a la sociedad de las últimas décadas y en la necesidad de sentarse con los viejos para que nos bajen los humos, en un contexto en el que los jóvenes los ven como carcas y quieren acabar con ellos.
La Eurocopa de 2008 fue balsámica a la par que tóxica, porque marcó el inicio de una época de grandeza para los que cada cuatro años tenían una cita con la derrota, pero malacostumbró a toda una generación, la mía, que comenzó a creer que lo normal era que España se pasease por la Castellana con la copa. Hoy, a pesar de haber vuelto a la dinámica de la eliminación, me sentaré frente al televisor a ver a la selección con la esperanza de que regrese la victoria y me negaré, como un niño enrabietado, a confirmar que ese lustro de gloria futbolística fuera un bonito accidente.
Por lo pronto, eso sí, he aprendido a dejar de sufrir tanto en la derrota. Creo que ya soy capaz de emular a mi padre y, si llega, apagar el televisor y abrir tranquilamente un libro. Ustedes me perdonen, pero la casualidad ha querido que estos días esté leyendo Yo, comandante de Auschwitz, de Rudolf Hoss. La Eurocopa se juega en Alemania. Vaya por Dios.
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