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Para Roma, las ciudades venían a ser una síntesis de los valores de la civilización y, a partir de ellas, logró formar un vasto imperio cuyos ciudadanos albergaban un sentimiento de orgullo y pertenencia. Aunque el debate sobre su ubicación exacta no acaba de cerrarse, hay indicios razonables para pensar que la Iulia Traducta sobre la que se levanta parte de la Algeciras actual se articuló en torno al río de la Miel y el largo frente litoral; tomando como referencia el cauce y la orilla del mar, se definieron los espacios urbanos. Ese proceso se desarrolló bajo dos premisas: la utilitas, de tal forma que no había edificios que tuvieran únicamente sentido estético, y la maiestas, mediante la que Roma proyectaba su poder a través de las ciudades.
El mapa de la Algeciras del S.XXI dista de ser el producto de un diseño meditado y equilibrado. Como si de un agujero negro se tratase, el centro de la ciudad se concentra cada vez más en su núcleo, en un puñado de calles localizadas en el entorno de la Plaza Alta. Para comprobar esta situación no hace falta irse a La Bajadilla, La Piñera o El Saladillo -distantes no más de unos minutos en coche- porque ya se aprecia a apenas unos centenares de metros del Ayuntamiento: en las inmediaciones del mercado Torroja (pese a los 15 millones de euros de la Edusi invertidos oficialmente en el barrio de La Caridad), en San Isidro o en las calles Sáenz de Laguna y Comandante Gómez Ortega abundan las casas abandonadas y los solares llenos de matojos. ¿Qué fue de la promesa electoral de los huertos urbanos?. Las familias algecireñas con un mínimo de posibles en los bolsillos y que hoy aspiran a un hogar migran a la periferia de la ciudad en busca de comodidades: El Rinconcillo, San García, Getares, Sotorrebolo o más arriba aún, al otro lado de la autovía, en los alrededores del centro comercial Puerta Europa. El de Algeciras es un caso excepcional entre las grandes ciudades de Andalucía, donde lo habitual es que las zonas más cotizadas y atractivas para residir sean las más cercanas al centro, al ágora.
El (buen) urbanismo es una de las asignaturas pendientes de la ciudad y, seguramente, ha llegado el tiempo de diseñar un nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) con el fin de articularla socialmente. El centro y el Paseo de la Conferencia, con un río de la Miel desentubado -como bien apuntaba ayer en Europa Sur Rafa Máiquez en La ciudad sin río- deberían ser dos de sus puntos de referencia. Un tercero, sin duda alguna, el frente litoral.
El proyecto del Lago Marítimo, puesto en marcha al alimón en 2020 por el Consistorio y la Autoridad Portuaria de la Bahía de Algeciras (APBA), trata justamente de dar respuesta a una demanda ciudadana unánime: la recuperación para la ciudad del frente marítimo en el Llano Amarillo, aunque más acertado sería hablar de frente portuario. Las cosas son las que son a estas alturas y ni van a desaparecer las gigantescas grúas ni los bloques de edificios apilados como cajas de zapatos -como los definió Téllez- aunque eso no quita que Algeciras y los algecireños merezcan algo mejor que un macroaparcamiento 365x24 y un botellódromo que, varios días a la semana, acaba por convertirse en vertedero y urinario colectivo.
El Lago Marítimo tiene por finalidad trazar un nuevo perfil en el horizonte de Algeciras. La supresión de los vertidos fecales a la desaparecida playa de Los Ladrillos, la ampliación de la zona ajardinada en torno al montecito Kung Fú y la construcción de los tres edificios en la zona norte del Llano son los tres iconos de un proyecto cuya planificación ha tumbado el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) por no haberse realizado conforme a la normativa. Muy en resumen, como desvelamos el pasado jueves, el alto tribunal andaluz considera que la ordenación de esos más de 43.000 metros cuadrados de parcela no puede resolverse mediante un mero estudio de detalle municipal, sino con un plan especial acorde al PGOU y a cargo de la APBA -como zona portuaria que es- que, de paso, debería incluir no solo la esquina del Llano, sino la totalidad de la parcela. En diciembre de 2020, el PSOE ya expuso ante el Pleno del Ayuntamiento sus dudas respecto al procedimiento elegido por Urbanismo para sacar adelante la reforma, pero de nada sirvió.
El problema de fondo del Lago Marítimo fueron las prisas: las del gobierno municipal del PP, para tener listo antes de las elecciones municipales de 2023 un proyecto bien visible y palpable, y las de la Universidad de Cádiz (UCA), para levantar su edificio antes de que caducasen los plazos de la subvención de 4,6 millones concedida por la UE en el marco de la Inversión Territorial Integrada (ITI) de Cádiz. Tanta fue la premura y la necesidad de acelerar la obra que hasta se optó por suprimir el aparcamiento subterráneo, pese a que en los planos originales sí figuraba su construcción. La opción del estudio de detalle frente a la del plan especial comportaba una tramitación del proyecto más ágil, aunque ahora habrá que redactar este último adaptándolo a lo ya construido. Y todo a la espera de si las obras siguen adelante o si se paran en función de si el demandante -un particular- decide solicitar su paralización cautelar mientras se resuelven los anunciados recursos del Ayuntamiento y la APBA.
Llegados a este punto, puede ser un gran momento para volver sobre nuestros pasos y recuperar el espíritu del proyecto diseñado por el estudio de Cruz y Ortiz -los arquitectos del Rijksmuseum de Amsterdam, de los estadios Wanda Metropolitano y La Cartuja, de la estación de Santa Justa de Sevilla...- que en 2005 ganaron el concurso de ideas promovido por la APBA y la Junta de Andalucía para la reforma del Llano. Conocida la sentencia, el gobierno local debe asumir que no es momento de pataletas ni de buscar enemigos imaginarios, sino de admitir los errores cometidos, de hacer acto de contrición como demostración de madurez y de plantear un modelo de ciudad a largo plazo, sin parches ni atajos. Buscando la utilitas y la maiestas.
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