Gafas de cerca
Tacho Rufino
Mágico engaño
el mástil
Aveces dejo que mi imaginación más ilusa se desboque en materia de "psicología recreativa". Por creer, hasta creo que es posible corregir algunos aspectos de nuestro carácter modificando ciertos rasgos en la escritura. Grafoterapia lo llaman. También creo que determinadas particularidades fisonómicas influyen decisivamente en la personalidad del individuo. ¿O sucede a la inversa y son los caracteres los que determinan la apariencia de las personas? ¿O se cruzan las influencias en ambas direcciones? Últimamente me ha dado por pensar que hasta el aspecto de los edificios está vinculado al comportamiento de las comunidades que hormiguean a su sombra. Así, edificaciones de tonos agradables, líneas onduladas y proporciones armónicas serían propias de sociedades felices; y construcciones angulosas, grises, apelmazadas se corresponderían con sociedades agresivas, insensibles o desdichadas. Ni que decir tiene que estas últimas construcciones son las que actualmente proliferan en nuestras ciudades. Y así nos va. En tales cavilaciones me hallaba enfrascado cuando leí la columna de Margarita García que ocupaba ayer el espacio de éste nuestro Mástil. Ella hablaba de las enemigas íntimas en que devienen esas esposas que visten a sus maridos, por ejemplo, con jerseys de diseños asombrosos. Desde entonces, he abandonado la psicología arquitectónica y ahora no paro de elaborar teorías relativas a patología indumentaria y ropaterapia. Es más, hasta llego a pensar que una buena medida para corregir los extravíos de muchos de nuestros políticos sería proporcionarles trajes de rayas. Horizontales, por supuesto.
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