Revisionismo

30 de mayo 2023 - 00:15

Felipe V cuelga del revés en un cuadro en el Museo de Bellas Artes de Xàtiva (Retrato real de Felipe V, J. Amorós, 1719). La idea fue de Carlos Sarthou Carreres, intelectual levantino que, en pleno franquismo, quiso significar de esta original manera su desagrado por la iniciativa del rey “Animoso” de incendiar Villarreal y Játiva, en 1707.

El rey, de origen francés, melancólico, depresivo y bipolar, fue el instaurador de la monarquía borbónica en España, la cual aguanta después de haber sido depuesta en 1808, 1868 y 1931 y de los recientes esfuerzos al respecto de Juan Carlos I.

El “Animoso” cae mal por los territorios en que se habla catalán/valenciano/mallorquín porque les aplicó las medidas usuales en la época cuando alguien se sublevaba y se pasaba al enemigo, después de que el joven rey hubiera jurado las libertades de las actuales comunidades autónomas de Aragón y Cataluña y hubiese sido reconocido como soberano por sus cortes en 1701. A quienes hacían esas cosas se les consideraba traidores y desleales y, si encima perdían la guerra, sufrían represalias como la supresión de fueros, incendios y deportaciones, de donde viene lo del cuadro cabeza abajo.

Al finalizar la funesta guerra de sucesión española, conflicto civil inserto en otro europeo, España tuvo que firmar los tratados de Utrecht-Rastatt (1713-15) y aceptar duras imposiciones, las cuales fueron inmediatamente impugnadas por nuestro país. Es el “revisionismo” gestionado por el ministro Alberoni a instancias de la nueva reina, Isabel de Farnesio. Todo quedó en nada.

El término resulta interesante y, lejos de su originaria acepción marxista, se conjuga hoy como “revisionismo histórico”. Siendo un ingrediente propio y consustancial a los estudios historiográficos, viene popularizándose más bien como un factor del uso político de la historia.

La historia de España viene sufriendo desde hace años ese revisionismo no académico o pseudocientífico que no deja de sorprendernos. El general Franco no habría sido un dictador, la guerra civil vendría causada por las fuerzas políticas de izquierda o la II República sería el colmo de todos los males de nuestro pasado. Por culpa de los rojos, claro. Como si no hubiese sido el escenario del dramático desencuentro de los grupos privilegiados de siempre, poco o nada dispuestos a ceder sus prerrogativas, y la mayoría de una población discriminada social y económicamente, hambrienta de tierra y sedienta de justicia. El caldo de cultivo del drama, tristemente. Todo muy en la línea de cuestionar, por motivaciones ideológicas, lo que incomoda desde ciertas posiciones políticas extremas: como el holocausto nazi y, más recientemente, la autoría comunista de la masacre del bosque de Katyn.

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